Si todo poema es por naturaleza sonoro, el palíndromo extrema esta cualidad por la misma necesidad de que los elementos acústicos se repitan. Así, al tiempo que se construye el tejido de doble vía (el palíndromo), aparecen mecanismos cuya base es el sonido mismo (piénsese en figuras como aliteración, calambur, paronomasia o poliptoton, por ejemplo).
Como nunca, en estos textos las palabras se muestran dispuestas al juego, a dejarse descubrir a una nueva luz (¿o voz?). Se paran (las palabras) frente al espejo y encuentran una resonancia justa que por lo mismo invita a la risa. Y es que es casi inevitable pensar en estos textos como resultado de una escritura especular, la misma que crea ese camino de ida y vuelta que mencionábamos.
(¡Qué de palabras tiene que usar uno para decir que le gusta un libro!)
Bueno, para cortar con esta sarta de palabras raras, los dejo con varios poemas de Darío Lancini (Caracas, 1932), tomados de su libro Oír a Darío:
1.- Yo hago yoga hoy.
2.- Yo sonoro no soy.
3.- Yo corro, morrocoy.
4.- Leí, puta, tu piel.
5.- Abanico con amoníaco
cocainómano cocinaba.
6.- ÁCIDA SAETA
Al abad anonadaba
la atea sádica.
7.- SÍSIFO
Pausado poeta,
lee.
Solo ibas,
sereno.
Tal poeta
yo soy.
Orad.
Ni paranoico
me emocionará
Píndaro.
Yo soy ateo,
Platón,
eres sabio
lo sé.
El ateo
poda su apófisis.
POST SCRÍPTUM: aunque él diga que no, sonoro sí es.