sábado, 23 de noviembre de 2013

«LAS OBRAS MAESTRAS —— SE TOCAN»


En un reciente artículo en la revista Ñ, el crítico Jorge Carnevale dice que «desde que contamos con Internet, cualquiera puede acceder a los [filmes] originales sin pasar por estas ‘nuevas versiones’ [remakes] que nada agregan». Más adelante: «A nadie se le ocurriría reescribir ‘Rayuela’. Tampoco nadie —salvo el Pierre Menard de Borges— se lanzaría a la tarea temeraria de reescribir el Quijote». Y al final sentencia: «Las obras maestras no se tocan».

Para Carnevale basta con acudir al original; esto es, al origen. Pero ¿origen de qué? Más aún, ¿cuál origen?

En Crítica y clínica, Deleuze y Guattari plantean la diferencia entre las concepciones arqueológica y cartográfica del psicoanálisis. Según estos autores, el primero «vincula profundamente lo inconsciente a la memoria […] Desde este punto de vista, la superposición de las capas está necesariamente atravesada por una flecha que va de arriba abajo y se va hundiendo. Por el contrario, los mapas se superponen de tal modo que cada cual encuentra un retoque en el siguiente, en vez de un origen en los anteriores: de un mapa a otro, no se trata de la búsqueda de un origen, sino de una evaluación de los desplazamientos».

Si tomamos este modelo, la petición de Carnevale («Acaben con los remakes») parte de una lectura arqueológica de la práctica de replantear clásicos del cine, donde cada nuevo remake resta, en lugar de aportar.

Si hacemos una lectura cartográfica, si leemos los desplazamientos ocurridos de uno a otro filme, seguramente encontraremos reformulación de símbolos, resemantizaciones, nuevas intensidades que recorren las obras, etc. Un clásico sujeto a diversas lecturas nunca pierde: se agranda o expande su radio de acción.

Sin embargo, aún damos por supuesto un origen. Repetimos entonces la pregunta: ¿cuál origen? ¿No viene el original también de un desplazamiento? Esa primera obra, clásica, maestra, intocable, viene de manipular e interpretar objetos culturales que confluyen en ella. Más que originar, es consecuencia, momento de una derivación continua.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (23-XI-2013, p. 4).

sábado, 9 de noviembre de 2013

VACIAR LA PÁGINA

Blanco sobre blanco, de Kazimir Malévich

En una entrevista Octavio Armand dice que «la escritura tiene como único propósito dejar en blanco a la página». Si eso es así, si aceptamos tal premisa, lo primero que debemos hacer es borrar la cita anterior, empezar desde cero una vez más.


Repasemos: Octavio Armand, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Roland Barthes, Michel Foucault, Agustín Fernández Mallo, Eloy Fernández Porta, Kenneth Goldsmith, Vanessa Place… Estos y otros nombres son recurrentes en esta columna y tienen funciones claras: crear marcos teóricos, establecer relaciones, poner cotos al discurso, que quizás por naturaleza tiende al desbordamiento; ser señales de tránsito, marcadores discursivos. Al leerlos, de alguna manera el lector intuye premisas, prevé conclusiones… tal vez. Después de todo, al menos a primera vista, escribir es ir poblando la página de huellas, trazos, señales para que nos sigan, para que nos entiendan, y en este caso, los nombres son campos semánticos que distribuyen roles, estabilizan los significados. Es decir, si bien solemos insistir en vaciar la página, en evitar los diques que retienen el texto, etc., como una forma de llevar el lenguaje hasta sus límites, lo cierto es que a medida que lo vamos haciendo, igualmente instalamos bordes, señalamos perímetros con tales nombres, con un número predeterminado de premisas que sostienen la estructura argumentativa. En consecuencia, al final solo mostramos una contradicción interna, acaso con un discurso ¿compacto, cerrado?

Por eso la cita inicial prosigue: «Vaciarla [la página] con signos repletos de segundas intenciones». Esto es, el texto que multiplica sentidos, posiblemente inabarcable, apenas legible; decir para desdecir. Tensar el discurso para ver hasta dónde soporta. La dislalia como poética. Doblar el sentido, como al toparnos con un camino que se divide en dos; de la misma forma, gracias a la multiplicidad de sentidos (de posibles direcciones), la página se vacía y asistimos como lectores a un blanco sobre blanco pleno de lecturas en potencia.

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Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (9-XI-2013, p. 4)