sábado, 30 de agosto de 2014

¿ES POSIBLE EL SILENCIO? (II)


En el artículo anterior hablamos de una forma de ejercer el silencio en el interior mismo de las voces que se cruzan en las redes sociales y los medios y ante la constante urgencia que nos empuja a participar de estos, no como una forma de negación o de no aceptación, sino como una manera de que tales medios de comunicación realmente funcionen como canales de expresión, por lo cual este «silencio» sería más una especie de tergiversación, de détournement o mala praxis que altera los espacios de enunciación que se nos ofrecen.

Como se ve, se trata de un gesto político, pero igualmente podría entenderse como una poética. En mayor o menor medida, esa «tergiversación» es la que intenta el poema. Decir como una forma de desdecir, de hablar mal, de hacer silencio. «La escritura tiene como único propósito dejar en blanco a la página. Vaciarla con signos repletos de segundas intenciones», escribe el poeta Octavio Armand. Esto es, la negación del lenguaje por el lenguaje mismo; más bien, el lenguaje llevado a su extremo, a su forma más radical.

Insistimos: no se trata de afirmar una posición romántica (de alejamiento o rechazo) frente a la cotidianidad, sino de seguir el camino que propone la escritura misma, seguirlo hasta sus últimas consecuencias, donde apenas es posible la significación. Pero tampoco es el «caos» del inconsciente. Se trata más bien de «dejar caer la referencia misma en algún punto externo de referencia que elude lo Simbólico» (S. Žižek). A esto apunta el poema. Todos sus movimientos desregularizadores tienden a llevar la enunciación fuera del radio de acción de la comunicación (entendida como mera transmisión de un mensaje). La pregunta es cómo se pone la referencia en ese «punto externo de referencia», cómo «dejar en blanco a la página». Más aún, ¿qué consecuencias tiene? Podríamos pensar, por ejemplo, en un discurso que no consiga destinario alguno, que no atine a construir diálogo, no tanto porque no interpele al lector cuanto porque, vaciado de signos y fuera de todo proceso de simbolización, este debe inaugurar a cada paso nuevas formas de leer, seguir el mismo proceso que llevó al lenguaje fuera de su cauce. Pero además, ¿cómo podría enunciarse el sujeto en ese afuera de la referencia? En todo caso, es preciso asumir tales consecuencias, perder el cuerpo, devenir (reconocerse) discurso, sistema significante siempre desplazado.

De esta forma, el poema tienta constantemente su propia constitución, estira los bordes que lo contienen, corriendo el riesgo de caer en el sinsentido, en lo absurdo; y sin embargo, aun en ese más allá será posible leer, puesto que todo es susceptible de interpretación (cuánto más el blanco sobre blanco, un silencio añadido al silencio).

Por supuesto, quedará suspendida la pregunta sobre cómo eludir lo simbólico, cómo vaciar la página con signos. O bien, podemos arriesgarnos a afirmar que el poema es ese cómo, es el proceso que hace y deshace al mismo tiempo, que instala y derriba con un solo movimiento todos los significados posibles. En consecuencia, leer vendría a ser (per)seguir dicho movimiento para intentar rescatar algo.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (30-VIII-2014).
IMAGEN: http://www.tuxboard.com/photos/2012/10/Out-of-Place-par-Robert-Rickhoff-D%C3%A9tournement-lieux-public-5.jpg 

sábado, 16 de agosto de 2014

¿ES POSIBLE EL SILENCIO?


Tal vez comunicar sea la palabra clave. Es necesario hablar, decir, escribir, enunciar(nos). Todos los días, a cada momento, hay un cuerpo textual o discursivo in crescendo, básicamente gracias al omnipresente uso de las redes sociales. Se trata de una urgencia y —a estas alturas— de un mecanismo para incorporar, interpretar y «administrar» las experiencias. De alguna manera, nos entendemos a partir de esa escritura instantánea, o mejor, fugaz.

En esta sobreabundancia textual, ¿qué leemos?, ¿cuánto leemos?, ¿qué vale la pena leer? Las redes son un zapping constante, apenas disimulable a ciertas horas, y lo escrito en un tweet o en un estado pasa casi de forma inmediata al olvido. Los medios de comunicación tradicionales parecen ofrecer un poco más de aliento (solo parecen). Una escritura sin cuerpo real es todo cuanto tenemos. Pero además se nos invita a opinar, a ser partícipes de esa escritura, a crear un diálogo, a comentar, a «gustar», a compartir o a retuitear. La incorporación a dicho diálogo conlleva, por una parte, el hecho de que pasamos a formar parte de una economía (cuyo mercado o plataforma son las propias redes) donde somos al mismo tiempo productores y consumidores, y por otra parte, que, como señala el articulista Rob Horning, «el momento de la propia expresión constituye simultáneamente al emisor y al mensaje, lo que enmascara cómo ambos son estructurados por el medio disponible» (pensemos, por ejemplo, en los estrictos 140 caracteres o el hashtag, que ordena, categoriza, nombra, mide, etc., pero también en el espacio en las páginas de la prensa escrita, la mayoría de las veces determinado por la publicidad). Como dijimos, de alguna manera nos entendemos desde estos lugares que se nos ofrecen como espacios de expresión y opinión libres, como espacios para ser, por supuesto, a condición de participar de la fiesta.

Tomando en cuenta lo codificado y estructurado de tales espacios de enunciación, cabría preguntarse entonces por la factibilidad de una verdadera autoexpresión. Pero igualmente podríamos invertir la pregunta: ¿Hay un espacio de enunciación que no esté codificado en mayor o menor medida? Huelga decir que la literatura no escapa a esto.

Por otra parte, además de estas características de los lugares para hablar y opinar, es sintomático que los intercambios propuestos estén regidos por lo instantáneo y efímero las más de las veces (videos virales, trending topics, noticias del momento…), de modo que el espectro temático suele ser bastante corto; lejos de este, probablemente algunos murmullos, cuando no el silencio. Es decir, que hablamos un diálogo que no es nuestro, un diálogo ajeno, pero que ha devenido común y cercano dada su ubicuidad. Luego, esta sobreabundancia de escrituras solo da cuenta de voces con yoes desplazados, expulsados de la propia expresión. El problema es que no logramos reconocer tal desplazamiento y damos por sentado que el yo que pronunciamos es transparente y apunta con claridad a un sujeto pleno.

Entonces, ¿quién habla aquí, donde parece no haber nadie? Otros, siempre otros; sujetos políticos, mercantiles, sociales, etc., que nos aúpan a tomar la palabra, a decidir, a votar…

Si tal es el escenario, ¿es posible ser más que un simple portavoz o un mensajero mudo?, ¿existe una posibilidad de hacer frente, si es de esto de lo que se trata? Para Jean Baudrillard (vía Horning), «la estrategia de resistencia es aquella del rechazo a la significación y el habla o la de la simulación hiperconformista de los mismos mecanismos del sistema, que es otra forma de rechazo por medio de la sobreaceptación».

Si bien el silencio en el contexto de los medios y las redes sociales parece poco menos que imposible, habría que entender este no solamente como la ausencia de discurso, sino además como el proceso de dislocación de los mecanismos de producción de sentido y contenido que aquellos ponen a disposición. Piénsese, por ejemplo, en algunos ejercicios que incorporan estos a la escritura poética; podría hablarse en este caso —quizás— de ese «rechazo por medio de la sobreaceptación»; o más que de rechazo, de burla, de cierto movimiento esquivo que parece adherirse a la lógica discursiva de los medios y las redes, pero que, al darle un nuevo uso, en un contexto diferente, altera de alguna manera sus funciones y procedimientos de significación.

Así, este «silencio», esta mala praxis, sirve como una forma de retomar la propia expresión; tal vez no para bloquear el desplazamiento constante del yo, pero por lo menos para hacerlo visible y reconocer dónde se ubica en un momento determinado la voz.

Por supuesto, pecaríamos de ingenuos si pensáramos que con esto escapamos a las lógicas del mercado y las ideologías; nada más lejos. Recordemos que solo se trata de un gesto de burla. Como animales políticos (sociales), nos vemos obligados a hablar en los espacios predeterminados que ya mencionamos. Mientras tanto, intentamos hacer silencio con un gesto engañoso que nos permita ubicar y mover la voz hacia un territorio más cercano, aun cuando sea apenas por un instante.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (16-VIII-2014)
** Para ahondar en el tema, leer los artículos Contra Narciso, de Luis Pérez-Oramas, y The Silence of the Masses Could Be Social Media, de Rob Horning.
IMAGEN: http://tctechcrunch2011.files.wordpress.com/2014/02/pediapress-wikipedia.jpg?w=400

sábado, 2 de agosto de 2014

ESCRITURA = RIESGO


En la película Dans la maison, de François Ozon, Claude Garcia, uno de los protagonistas, empieza a escribir relatos por una tarea de literatura. Tras esto, Germain Germain, el profesor, lo conmina a continuar con la escritura. Sin embargo, la tarea conlleva un riesgo: para escribir, Garcia debe visitar a su compañero de clase Raphaël Artole, ser partícipe de su cotidianidad, de la intimidad de la familia. A medida que Germain lee las historias, se da cuenta de que van sucediendo situaciones cada vez más extrañas o riesgosas; sin embargo, aun cuando duda, decide continuar y asumir dicho riesgo que, como lector y a la vez personaje, le toca.

A estas alturas, preguntarse por la ficción parece no tener cabida.

La escritura es riesgo. El grupo Apocalipsis hizo de sí mismo, de sus respectivas biografías, un apocalipsis, en el que suicidios y otras muertes trágicas marcaron el fin. Si bien se trata de un tema que hay que mirar con cuidado, pues se puede correr el peligro de ver en cada línea, en cada palabra, una premonición, un signo previsor, y acabar confundiendo la lectura, parece plausible asomarse de vez en cuando a ver cómo las tensiones cotidianas, mínimas muertes, etc., se reproducen o despliegan en los movimientos que dinamizan la escritura y coadyuvan en la construcción de sentido. Entonces surge la pregunta por cuánto hay depositado en una obra, cuánto se despliega en un discurso. No es cualquier cosa esto, se trata de la subjetividad deviniendo objeto para ser plenamente sujeto, como Alonso Quijano que sale a recorrer un territorio en decadencia como Don Quijote para ser totalmente lúcido. Todo esto, por supuesto, a costa de la vida misma, a sabiendas de que en dicho proyecto se puede perder la vida.

En una reunión, hablando sobre un artista, una persona dijo que le hacía falta «dañarse» un poco. Más allá de la referencia inmediata, del momento, lo que subyace a esta idea es la necesidad de arriesgar aún más en la creación, pero también en disciplinas críticas, teóricas, etc. Solo así se puede pensar y generar discurso con peso específico entorno a los objetos, llámese libro, pintura, ensayo, ciudad, deporte, país…

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* Una versión de este texto fue publicado en la web del diario La Verdad (2-VIII-2014).
IMAGEN: http://lh6.ggpht.com/_21W3jSgjAyA/Spphz3McgdI/AAAAAAAABYg/yfY7Hv96v9g/Gustavo_Dore_Quijote%5B1%5D.png?imgmax=800