jueves, 22 de octubre de 2009

«UN BREVE QUEJIDO NOS ACORRALA»


Los poemas de Lucky bar poems (1990), de Alberto Áñez Medina, son un ejercicio de reconstruir una memoria, de volverla palpable. Cada texto hace un recorrido por personajes, lugares o episodios en ese intento de recuperar el pasado a través de la palabra y hacerlo presencia; después de todo, no otra cosa es, en este caso, el poema más que memoria transformada en y por la palabra.

«Ella», «Él», «El sitio» e «Historia» son las partes en que se divide el poemario y las que rescata esta poética, alabando a ella, proclamando un mea culpa él y multiplicándose en muchos sitios el sitio y en historias la historia.

Así, en la primera parte, ella es el eje de cada poema, el agente que pone en movimiento el tema: «Ella siempre / [...] / quizás aparece / despabilando el ovillo», «Ella misma / [...] / tal vez insiste / restituyendo la inquisición», «Ella toda / [...] / acaso presume / inventando la piel», «ella ubica», «ella exprime», «ella empotra». Y lo que al principio aparece entre dudas, va ganando, poema tras poema, seguridad; ya no quizás, tal vez o acaso, sino verbos que suceden a ella sin elemento alguno que medie, señalado de esta manera su rol en el poema.

En la segunda parte, él, al igual que ella, deviene agente del texto poético, pero en este caso el personaje asume el papel de evocador, del que ofrece su voz al recuerdo «En los sitios de siempre / viviendo / con el cristal y una sonrisa» porque «Beber se vuelve incontenible». Por lo mismo, a través de él pasan ella, los sitios y las historias que encontramos a lo largo del libro. ¿Podremos decir entonces que es este elemento/personaje el que realmente despabila el ovillo del poemario? Cualquier respuesta sería apresurada y exige mayor desarrollo.

«El sitio», a su vez, recorre los lugares donde él, con cristal y música, convoca a ella y las historias compartidas. Leemos la ciudad, el bar, el público, el barman, el espectro, la barra, la rocola, el licor, la botella y la ebriedad. El poema vuelve lugares cosas que, en principio, no lo son; sin embargo, ¿cómo negar la cualidad de sitio a la rocola? Después de todo su «breve quejido» está ahí para construir una atmósfera, un ambiente; luego, un espacio. ¿O cómo evitar entrar al espacio que es la botella? En este ejercicio de la memoria, esta «queda parada / [...] / insomne / vacía / sola / sin / tí [sic]». Como vemos, estos sitios además sitian el lugar, se lo apropian, pero sobre todo, hacen mella en él, que está sentado en la barra, «donde / los cuatro evangelios / se saludan.»

Por último, la historia, esos mínimos sucesos que el poema recupera para él. No hay texto en esta parte que no mire atrás desde la palabra: «No pudimos evadir / el vaivén del olvido», «También el malvivir / costó el lienzo del asombro», «Nos aconsejaban dejar la mala vida / por la blancura del despojo».

Al igual que en las otras partes del libro, en esta se juntan todas, solo que, también como en el resto, los poemas giran en diferentes ejes, aunque cada uno responda a la misma voz que los convoca: la memoria de él.
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La rocola

Desde el fondo
de tu calor
un breve quejido
nos acorrala
nos destituye
nos desemboca
sobre el torrente marginal
de las vigilias.

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ÁÑEZ MEDINA, Alberto (1990). Lucky bar poems. Fondo Editorial Orlando Araujo. Ediluz. Maracaibo, Venezuela. p. 47.

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