Al volver a la lectura de la poesía de Blas Perozo Naveda notamos que, si bien en el primer acercamiento, hace varios años, lo que más nos llamó la atención fue la incorporación a la escritura de los registros del habla de Maracaibo, en esta oportunidad uno de los recorridos tiene que ver con leer un gesto que tiende a negar el ejercicio formal del poema, al tiempo que lo reformula para proponer otra práctica. Aunque aparezcan como lecturas disímiles, los rasgos del habla en el texto colaboran con esa reformulación del poema, de cómo lo entendemos, de cómo leemos la tradición literaria, etc.
En «Eso que llaman teoría poética es mentira», uno de sus poemas más conocidos, leemos: «yo los acuso / a ellos más que a nadie / a los más jóvenes poetas de mi ciudad / porque siguen teniendo miedo / de la palabra que han dicho a diario». El gesto funciona en un poema cuyo título desmiente el concepto de teoría poética; es decir, un sistema —según lo presenta— preceptivo, institucional, lo que conlleva hacer frente a la tradición literaria, a dicho sistema institucional; sin embargo, este mismo texto constituye una poética, propone un modo de entender la escritura.
Ahora bien, ¿se trata de un movimiento involuntario, un efecto secundario? Está claro que no. La negación del poema con un poema apunta a la ironía como estrategia discursiva. El texto no puede ser plenamente efectivo (no puede negar la teoría poética), se sabe inútil en este sentido, por lo que apuesta por una táctica más sutil: burlar el sistema que lo produjo. Entonces crea a su vez un sistema gemelo, un cuerpo que simula, con funciones similares, pero cuya finalidad es enfrentar a aquel, crear tensión en su territorio, apedrearlo, rodearlo con un constante zumbido de zancudo. Así, finalmente, es este gesto doble el que hace operativa la contradicción interna del texto.
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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (18-I-2014, p. 4).