sábado, 4 de enero de 2014

EL CUERPO Y EL MANIQUÍ

Obra de Mark Jenkins

En una entrevista, Jorge Luis Borges, refiriéndose a una tendencia generalizada en su país, afirmaba: «[Los escritores] han aprendido a escribir como cualquier persona puede aprender a jugar ajedrez o bridge. Realmente no eran poetas o escritores. Fue un truco que aprendieron profundamente. Tenían todo en la punta de los dedos [...] Ellos saben que cuando van a escribir de pronto tienen que ponerse tristes o ser irónicos». Esta afirmación nos llevó a recordar una conversación en la que nos planteaban la diferencia entre una escritura/cuerpo y una escritura/maniquí. Si bien ambas pueden ofrecer buenos resultados, la segunda probablemente no resista una lectura arriesgada.

Ahora bien, ¿qué pasa si de todas formas apostáramos por una poética/maniquí? Si este fuera el caso y hubiese un trabajo para lograrla, entonces la obra/maniquí devendría tarde o temprano una obra con cuerpo; es decir, una obra con peso, más espesa, con mayor densidad. Insistimos, siempre que haya un trabajo de ahondar en la propuesta, puesto que es este el que le hará ganar consistencia.

Sin embargo, si —como dice Jean Baudrillard— «no se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito, todas sus peripecias», entonces podemos arriesgarnos a decir que la obra/maniquí ofrece todos los signos de la obra/cuerpo, es efectiva, funciona en la institución literaria, de manera que quizá nuestra tarea como lectores sea aprender a tomarle el peso al discurso poético. Ahora bien, ¿cómo?

Hemos comentado en otras oportunidades que el lector es un agente en la dinámica textual, coproductor del discurso literario, de modo que la frontera que separa cuerpo y maniquí también se relaciona con la forma en que actualizamos la lectura, con cuánto se arriesga en ella. Quizá de esta forma podamos pesar un sistema que por naturaleza tiende al escape.

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* Una versión de este texto fue publicado originalmente en el diario La Verdad (4-I-2014, p. 4).
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