sábado, 29 de marzo de 2014

IMPRONUNCIABLE


El pasado viernes 21, en el marco del Día Mundial de la Poesía, la Biblioteca Pública María Calcaño llevó a cabo el conversatorio/recital La poesía como riesgo y hallazgo, actividad en la que participamos junto con Luis Ángel Barreto.

Entre varios temas que se pueden extraer de dicho diálogo, en esta oportunidad resaltamos uno que surgió tras el comentario de uno de los asistentes, que planteaba la posibilidad de la lectura en voz alta como requerimiento o realización del poema; es decir, que el hecho de que pueda recitarse (desarrollarse o actualizarse en voz alta) sería condición para que el texto adquiera cualidad poética.

Por supuesto, no basta con afirmarlo o negarlo. Tal proposición conlleva una forma de entender el poema, en primer lugar; por ejemplo, como un sistema ligado a la oralidad por naturaleza. Asimismo, la escritura funcionaría en principio como partitura, a la espera de un ejecutante. Conlleva igualmente una concepción del cuerpo: cuerpo que lee, que corporiza la palabra, que despliega, prolonga y crea sentidos; es decir, cuerpo que media entre máquinas significantes.

Sin embargo, esta manera de concebirlo podría llevar a deslegitimar poéticas con una larga tradición (poesía visual, concreta, etc.) u otras más recientes que echan mano de diferentes lenguajes para incorporarlos al poema (postpoesía, poesía digital, conceptual, etc.).

No se trata de eliminar la musicalidad o «recitabilidad» como criterio para calificar o descalificar el texto en tanto poema, sino de no interpretarlo como condición sine qua non para valorar el carácter poético del texto. Las matemáticas, la programación informática, las redes sociales, las direcciones y los correos electrónicos y la notación musical son lenguaje, escritura; ¿qué evita entonces que sean incorporados y puestos a funcionar en un poema?

Rosa Navarro Durán, en Cómo leer un poema (1998), anota: «El contexto literario le proporciona [al lector] una clave esencial para la lectura del texto. No puede leer de la misma forma un poema de la Edad de Oro o uno contemporáneo […] El poema amoroso de Lope, de Góngora, de Quevedo está codificado y, si se conoce el código literario, puede aprehenderse con exactitud». Y más adelante, refiriéndose a un soneto de Quevedo, apunta: «En el segundo cuarteto, la mención explícita de Faetón implica el conocimiento del mito».

Obviando por ahora algunas observaciones que se podrían hacer de la cita, lo cierto es que la recurrencia al mito, a la historia o a otras obras literarias crea marcos conceptuales, filiaciones estéticas, delimita —hasta cierto punto— los sentidos. Así, la referencia funciona como un texto plegado o concentrado que es necesario desarrollar para leer.

Visto así, podemos plantear que, en efecto, un enlace, un hipervínculo, puede funcionar de la misma manera. El texto se desarrolla en diferentes espacios simultáneamente, recorrerlos o no depende de las elecciones que se arriesguen en la lectura. Click o no click, he ahí el dilema.

Hemos puesto solo el ejemplo del enlace, pero se podría hablar igualmente de esos otros lenguajes que mencionamos, cuya funcionalidad dependerá en todo caso de la pertinencia que tenga en el poema, más allá de que pueda o no recitarse. Después de todo, en la lectura siempre habrá un cuerpo, una voz, solo hace falta interrogarlo, auscultarlo para intuir los síntomas.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (29-III-2014).
IMAGEN: http://www.bibliotecapublicadelzulia.org.ve/index.php?option=com_content&view=article&id=1550:la-poesia-se-vive-como-riesgo-y-hallazgo&catid=22&Itemid=124 (Foto de Luis Soto).

sábado, 15 de marzo de 2014

PARA LEER ESTA HORA...

Captura de pantalla editada

El pasado 6 de marzo alguien se preguntaba quién escribiría el poema de este momento, «de esta hora oscrura [sic] y aciaga que vive Venezuela». La interrogante parece plausible. Todo momento genera discursos; tal vez los exige, los reclama, y este caso no es la excepción.

En la actualidad hay una constante producción textual, tal vez más que en otras ocasiones. En los medios tradicionales y en las redes sociales se cruzan voces en diferentes direcciones; chocan, se contradicen, argumentan en pro o en contra, etc. Asimismo, quizás con mayor frecuencia que la habitual, la información que circula apenas es verificable; ya no se puede encontrar el origen de lo que leemos. El anonimato parece ganar terreno en pro del texto.

El punto es que ahora mismo, mientras leemos y navegamos en Internet, hay un cuerpo textual in crescendo. Tal vez habría que rehacer el cuestionamiento inicial si pensamos que se trataría más bien de encontrar la clave, el motivo o el gesto que haga que dicho cuerpo devenga objeto poético, lo que, a su vez, conlleva preguntarnos si cualquier discurso es susceptible de ser poema, si replantear el contexto otorga un nuevo carácter al texto y, por ende, a la lectura. Es decir, ¿se trata de escribir, de reescribir o de reubicar un discurso para otorgarle otra función? ¿Es el contexto el nuevo contenido, como ha sido sugerido? Si esto es así (y obviando el énfasis en lo novedoso, sobre lo que tocará volver en otro lugar), entonces el ejercicio de la escritura en esta coyuntura habría de remitirse a ese flujo verbal incontenible de los medios y las redes sociales —poco diferenciados a estas alturas— para (re)leer, elegir, señalar, distribuir… Es decir, lo mismo que ya hacemos diariamente al compartir, retuitear o citar.

Sin embargo, solo especulamos. Escribir, reescribir o crear nuevos entornos propicios para enunciados circulantes son solo diferentes formas de plantear y ejecutar una poética. Luego, podemos reformular la pregunta: ¿Quién escribirá/reescribirá/manipulará el poema de esta hora? ¿Quién? No lo sabemos y no importa. Los discursos están ahí afuera, están sucediendo en este instante; ¿cómo serán materia poética?, ¿cómo será parte de esos discursos un poema, y viceversa? Un cómo que es como preguntar desde dónde; esto es, quién.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (15-III-2014).