Paseo de pareja en la playa en Her
Recientemente me vi buscando e intentando inventar un seudónimo, otro nombre. Pensé en alguno de la etapa universitaria, descartado rápidamente, y luego le pregunté a Google cómo crear uno. Revisé un par de entradas, pero nada, no estaba satisfecho, ninguno me gustaba. Pero ¿por qué esta no complacencia en el nombre? ¿Qué decían o qué dejaban de decir esos ejemplos que iban apareciendo? Aun cuando se trataba de un requisito meramente práctico, sin mayor ambición, no me parecía que cualquier nombre estaría bien; debía gustarme desde varios puntos de vista: acústico, visual, incluso semántico.
Cuando una página nos solicita un username, un nickname, un alias, intentamos en primer lugar alguno que nos guste, quizás con cierta «historia», donde nos reconozcan. El problema está cuando ya alguien lo usa: el sistema nos sugiere unos cuantos nombres similares, la mayoría con el añadido de uno o dos números. Pero tampoco, generalmente no nos conformamos con esos. Si nos vamos a renombrar, nosotros mismos seremos los agentes de ese nombre y, en consecuencia, de la nueva identidad.
Sin embargo, ese otro que damos a luz lleva el germen del cuerpo con que nos batimos hace años en la familia, en los salones de clase, en el trabajo, etc. Está infectado de nosotros. De modo que lo que parecía ser una nueva identidad es en realidad una prolongación o, más aún, resolución de aquella que tal vez pretendíamos suspender, al menos por momentos. Es que «necesitamos la disculpa de la ficción para escenificar lo que realmente somos» (S. Žižek). Es decir, no se trata quizá de que nos ocultamos detrás de avatares, displays y usernames, sino que hay una especie de realización en esa multitud de jugadores de FIFA 14, en la arroba que nos anuncia en Twitter, en el ejercicio curatorial de Instagram, etc.
En Her, el aclamado filme de Spike Jonze, Theodore Twombly mantiene una relación con un sistema operativo, pero cuando esta se complica, duda de sí mismo y se pregunta: «¿Estoy en esto porque no tengo la fuerza para tener una relación real?». Pero Amy, su amiga vecina, le devuelve la pregunta: «¿Acaso no es una relación de verdad?». En este caso, lo que determina el carácter real o ficticio de la relación es su funcionamiento, cómo se comporta, y no la aparente ausencia de un cuerpo.
Así, la búsqueda de un seudónimo deja de ser algo accesorio en la medida que reconocemos que hay un renombramiento, que comporta a su vez la construcción de una identidad, solo que nos quedamos cortos; no es solo eso, conlleva asimismo la posibilidad de desarrollar y mostrar un otro que está más cerca de nuestros deseos, angustias, etc. ¿Un yo más yo? Más bien un yo/otro, un reconocimiento.
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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (26-IV-2014).
IMAGEN: http://moviecitynews.com/wp-content/uploads/2013/10/Her-beach-scene.jpg