Recientemente, el escritor Heriberto Yépez publicó un breve artículo en el que habla de una joven generación de escritores mexicanos que voltea la mirada hacia las corrientes experimentales y conceptuales de los Estados Unidos. Explica que durante el siglo XX la figura de Octavio Paz, que «dirigía la visión literaria en México, […] tachó la poesía norteamericana contracultural y sus lectores». Sin embargo, tras su muerte, y luego de varios años, los escritores vuelven a interesarse en esta, por lo que la literatura de dicho país parece estar «cambiando de referencias ¡para no cambiar de estructura!», dado que «En el siglo XXI, el experimentalismo se despolitizó».
Sin embargo, en un artículo anterior, Yépez critica a Kenneth Goldsmith como «principal personalidad» de la escritura conceptual porque «Su obra consiste en aceptar y retransmitir (tal cual) lo que el poder emite, encontrarlo bello sin necesidad de leerlo». Y más adelante, ya refiriéndose en general a los escritores de dicho movimiento: «Reiteran prácticas colonialistas. Vía manifiestos, antologías y membresías, borran o se apoderan de otras historias. […] El conceptualismo es una manifestación cultural derivada de políticas norteamericanas expansionistas. Por eso la apropiación es su fundamento».
Tomando en cuenta ambas críticas, cabe preguntarse si es posible sostener que «El experimentalismo se despolitizó». Si así fuera, ¿sería también posible hacer esta crítica de la escritura conceptual por ser «cómplice del capital»? Pero yendo un poco más allá, de hecho, ¿se puede vaciar un texto de todo signo ideológico?
El lenguaje es tal vez el medio idóneo de la ideología, por eso esta «es nuestra relación espontánea con el entorno social, es como percibimos cada significado», como apunta Slavoj Žižek en The Pervert’s Guide to Ideology, precisamente porque habitamos en el lenguaje. De ahí que resulten absurdos los llamados a borrar toda ideología de determinados discursos; a lo sumo, habrá un cambio, un derrocamiento del signo predominante.
La lectura y la crítica que hace Heriberto Yépez son necesarios en la medida que abren el espectro y arriesgan al leer los gestos que enmarcan el texto, por lo que va más allá de las reseñas anecdóticas que solo dan cuenta de determinada característica «experimental».
Sin embargo, esa lectura está igualmente guiada por un determinado sistema de representación, lo cual, por otra parte, su autor no pretende esconder.
En tal sentido, llama la atención que en la reseña de una traducción al español de un libro de Goldsmith, Cristina Rivera-Garza prolonga la lectura hasta otros autores de habla hispana y resalta: «Acaso entonces [con el marco conceptualista definido] se pueda leer de manera más rica a todo una legión de escritores que, como Hugo García Manríquez desde Berkeley, o Sara Uribe, desde el norte de México, copian y pegan pedazos de lenguaje público (el de los grandes tratados de comercio, en el primer caso; y el de las víctimas de la guerra contra el narco, en el segundo) para generar inquietudes estéticas y políticas de absoluta relevancia».
Es decir, Yépez y Rivera-Garza se enfrentan al mismo sistema discursivo, pero leen en direcciones opuestas, hacen elecciones distintas.
Así pues, lo que resaltamos es tal señalamiento de despolitización textual, cosa que parece poco probable. La crítica buscará en todo caso señalar o hacer visible el fundamento ideológico que anima el discurso literario —si tal fuera el caso—, tomando en cuenta que la ideología funciona propiamente cuando no la reconocemos, cuando creemos que es posible vaciar un discurso de los signos que lo marcan. Como dice Žižek en el documental mencionado, la «neutralidad del referente nunca es tan neutral como aparenta».
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* Una versión de este texto fue publicada en el diario La Verdad (12-IV-2014).
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pues sí, un tipo de escritura que parece no-política, pero es eso, parece, sólo apariencia.
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