sábado, 19 de julio de 2014

NO QUEREMOS PAZ


Desde hace unos pocos meses vivimos rodeados de paz. Todo está lleno de paz. El mes anterior, por ejemplo, se llevó a cabo el XI Festival Mundial de Poesía, cuyo lema fue La letra y la paz. Así como este, diferentes congresos, mesas de diálogo, simposios, etc., enuncian la paz entre sus objetivos o la suman a sus respectivos nombres. De un momento a otro pasamos a la urgencia de pronunciarla. La pregunta es: ¿por qué?

Repasemos brevemente: El 12 de febrero pasado comenzó una ola de protestas en diferentes ciudades de Venezuela que se mantuvo durante algunos meses. En este contexto, las acusaciones y tomas de posición se sucedieron constantemente: mientras unos sostenían que las manifestaciones eran pacíficas y que la violencia venía de las fuerzas públicas, los otros mantenían que las protestas eran violentas y que el objetivo de policías y guardias era mantener el orden. El mismo hecho era reelaborado todos los días por discursos enfrentados. Por supuesto, nada nuevo, esto solo hizo —de ser posible— más evidente el problema. En todo caso, una de las cosas que resalta es la disputa de quién agencia la paz y quién la violencia. A partir de aquí viene la omnipresencia de la paz (en tanto palabra, claro está). Todo y todos decimos paz. ¿Se puede no estar de acuerdo en proponerla? Tal vez esto sea la clave.

Un discurso articulado en torno a la paz se asume protegido de réplicas, pues no se supone que se la ataque de frente (paz en abstracto, siempre). La bandera pacifista se instala inamovible como primer escudo. Pero además, por esto mismo, por su aparente blindaje, a su alrededor se puede avanzar hacia cualquier objetivo; ahí está Irak, por ejemplo; aquí estamos nosotros, por ejemplo.

No decimos paz porque nos urge, decimos paz como primer avance, como primer acto de violencia, y esta, tal como la entiende el filósofo Simon Crichtley, nunca es un solo acto, sino que conlleva una «contraviolencia». Y como no puede ser de otra forma, en este movimiento dialógico, violencia y contraviolencia giran sobre el concepto de paz, la paz como objetivo final. De ahí su reiterada convocatoria, su excesiva presencia discursiva. Ahí, en ese espacio «sobrante» que crea tal exceso, es donde debemos leer para intentar ver las pulsiones que hablan en nosotros, que nos dicen.

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* Una versión de este texto fue publicada en el diario La Verdad (19-VII-2014).
IMAGEN: http://www.hableconmigo.com/wp-content/uploads/terracota-1.jpg

sábado, 5 de julio de 2014

EL YO DEL FÚTBOL


En textos anteriores(1) hemos intentado abordar el tema de la subjetividad y sus avatares en Internet y la literatura, espacios que tienden a acercarse y repelerse constantemente.

En ese sentido, en estos días en que el fútbol se instala como centro de toda conversación, vale la pena arriesgar un diálogo distinto, acaso tangencial, para ver qué más rueda en el campo.

En un reciente texto, el escritor hispano-argentino Andrés Neuman habla sobre Messi, sobre «lo que no es» y lo que, como telespectadores, esperamos de él. En una parte habla de una pregunta que le hicieron al rosarino: «'Siendo tan tímido', le preguntó cierta vez a Messi una amiga de la infancia, '¿cómo podés salir a la cancha y hacer lo que hacés delante de cien mil tipos que te están mirando?'. Él sonrió tenuemente y pronunció la mejor respuesta que, dada su afasia, pronunciará quizás en toda su vida: 'No sé. No soy yo'». Y luego continúa Neuman: «Quién sabe si se trata de lo contrario: solo entonces es él. Solo entonces, dentro de la cancha, averigua quién es».

Messi dice «no soy yo»; Neuman hace la lectura inversa, que Messi es en la cancha. En ambos casos se trata del reconocimiento de —por lo menos— dos momentos del sujeto; entre la cancha y su afuera ocurren diferentes formas de decir yo.

Así como Messi, el hincha en general suele referirse al equipo con un nosotros; él/ella pasa a ser un sujeto múltiple. Esa persona que acude a la grada o mira la televisión se ve alterada al insertarse en la lógica del equipo: ganamos, perdimos, empatamos.

Si bien se trata de casos diferentes, los dos hablan de una identidad que podríamos llamar líquida, sobre todo en el caso del fanático (tele)espectador. La pregunta, entonces, apunta a lo que agencia esta maleabilidad del yo: ¿qué hace que seamos, dejemos de ser o derivemos en una multitud?

Todos necesitamos construir una narración para administrar las experiencias, para darles un sentido; es algo que hacemos tal vez de manera inconsciente, pero siempre está ahí. Luego, podemos pensar la cancha como ese relato vital en el que Lionel Messi deja de ser él o donde realmente averigua quién es, o el club como el guion donde el hincha se diluye, donde se asume (desde la fe) como sujeto colectivo. Por supuesto, en el caso del fanático, dicha construcción narrativa se ve fuertemente impulsada por el propio club como sujeto político y económico: los himnos, los eslóganes, los colores, la promesa de héroes-mitos, etc., todo coadyuva a crear un sentido de pertenencia e identificación sin el cual la persona no se entiende.

En todo caso, lo que habría que ver es cómo somos, qué ponemos como asistentes al espectáculo, cuánta de nuestra fe y de nuestras frustraciones(2) depositamos en este deporte, en este agente que nos ofrece coordenadas, que nos enseña a ser y a desear.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (5-VII-2014).
IMAGEN: http://fc06.deviantart.net/fs29/i/2008/052/c/c/La_Barra_Sin_Verguenza_by_Foxen2005.jpg