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sábado, 5 de julio de 2014

EL YO DEL FÚTBOL


En textos anteriores(1) hemos intentado abordar el tema de la subjetividad y sus avatares en Internet y la literatura, espacios que tienden a acercarse y repelerse constantemente.

En ese sentido, en estos días en que el fútbol se instala como centro de toda conversación, vale la pena arriesgar un diálogo distinto, acaso tangencial, para ver qué más rueda en el campo.

En un reciente texto, el escritor hispano-argentino Andrés Neuman habla sobre Messi, sobre «lo que no es» y lo que, como telespectadores, esperamos de él. En una parte habla de una pregunta que le hicieron al rosarino: «'Siendo tan tímido', le preguntó cierta vez a Messi una amiga de la infancia, '¿cómo podés salir a la cancha y hacer lo que hacés delante de cien mil tipos que te están mirando?'. Él sonrió tenuemente y pronunció la mejor respuesta que, dada su afasia, pronunciará quizás en toda su vida: 'No sé. No soy yo'». Y luego continúa Neuman: «Quién sabe si se trata de lo contrario: solo entonces es él. Solo entonces, dentro de la cancha, averigua quién es».

Messi dice «no soy yo»; Neuman hace la lectura inversa, que Messi es en la cancha. En ambos casos se trata del reconocimiento de —por lo menos— dos momentos del sujeto; entre la cancha y su afuera ocurren diferentes formas de decir yo.

Así como Messi, el hincha en general suele referirse al equipo con un nosotros; él/ella pasa a ser un sujeto múltiple. Esa persona que acude a la grada o mira la televisión se ve alterada al insertarse en la lógica del equipo: ganamos, perdimos, empatamos.

Si bien se trata de casos diferentes, los dos hablan de una identidad que podríamos llamar líquida, sobre todo en el caso del fanático (tele)espectador. La pregunta, entonces, apunta a lo que agencia esta maleabilidad del yo: ¿qué hace que seamos, dejemos de ser o derivemos en una multitud?

Todos necesitamos construir una narración para administrar las experiencias, para darles un sentido; es algo que hacemos tal vez de manera inconsciente, pero siempre está ahí. Luego, podemos pensar la cancha como ese relato vital en el que Lionel Messi deja de ser él o donde realmente averigua quién es, o el club como el guion donde el hincha se diluye, donde se asume (desde la fe) como sujeto colectivo. Por supuesto, en el caso del fanático, dicha construcción narrativa se ve fuertemente impulsada por el propio club como sujeto político y económico: los himnos, los eslóganes, los colores, la promesa de héroes-mitos, etc., todo coadyuva a crear un sentido de pertenencia e identificación sin el cual la persona no se entiende.

En todo caso, lo que habría que ver es cómo somos, qué ponemos como asistentes al espectáculo, cuánta de nuestra fe y de nuestras frustraciones(2) depositamos en este deporte, en este agente que nos ofrece coordenadas, que nos enseña a ser y a desear.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (5-VII-2014).
IMAGEN: http://fc06.deviantart.net/fs29/i/2008/052/c/c/La_Barra_Sin_Verguenza_by_Foxen2005.jpg

sábado, 17 de agosto de 2013

EL CUERPO DEL DELITO (II)


En el artículo pasado nos preguntamos por el autor, el anonimato y la polifonía, y, al respecto, citamos el poema «Contradicciones», de Juan Calzadilla, con lo que intentamos mirar la cuestión desde otro ángulo: en lugar de ver cómo es el autor, enfocarnos más bien en el sujeto poético que construye el texto.

En dicho poema, el sujeto se multiplica y se quiebra; se multiplica precisamente como consecuencia de la fragmentación que sufre. En la lectura nos enfrentamos a esta voz poseída por cuerpos ajenos y se hace difícil localizar el yo, asignarle plena confianza en cuanto eje que hace girar el poema. Luego, en vista de la aparente inutilidad de la figura del autor, ¿lo damos por muerto? Puede ser que resulte a primera vista, pero entonces tendremos que sacarnos de encima el cadáver, los rastros, las evidencias, las huellas dejadas en la página, etc.

Replanteemos la pregunta: ¿Cómo funciona el gesto que desdibuja al autor? Tal vez la ausencia sea la manera de estar, de hacerse presente; tal vez sea la forma más radical que el autor consigue para decir yo. Si el sujeto está roto (su voz), entonces parece normal que (se) busque en otras voces, en otros lenguajes, en otros mecanismos de sentido, incluso a costa de perderse y fragmentarse aún más. En consecuencia, podemos insistir en la muerte del autor, pero esto no quiere decir que no siga actuando, en ejecución constante. Luego, como lectores, nos toca ver las formas en que muere, auscultar el cuerpo, registrar cómo se multiplica, cómo muta, cómo se desplaza, cómo se representa a sí mismo. Y es que el gesto, que a primera vista parece borrar o dispersar al sujeto en la página, deriva en una presencia de este con una intensidad diferente que lo empuja a acudir al otro para poder decir yo, para intentar ubicarse en el texto: un yo-es-otro rimbaudiano que no deja de suceder en el sujeto poético. Es por esto que no logramos trazar un mapa: el yo siempre es otro y cuando señalamos un punto en el territorio del texto, vemos que aquel opera simultáneamente en uno o varios puntos más, lo que difiere la lectura que asomamos y nos empuja a zonas fronterizas, sin centro, donde leemos yo para ser otro para ser yo.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (17-VIII-2013, p. 4).

sábado, 3 de agosto de 2013

EL CUERPO DEL DELITO (I)


Anteriormente, en un artículo publicado en la revista electrónica Las Malas Juntas, nos preguntamos por el autor, por el lugar que ocupa, y todo parecía conducirnos al anonimato, a la ausencia de este. Sin embargo, la pregunta ahora es si se puede vaciar la página de voces; mejor dicho, si funciona realmente la anonimia.

La muerte del autor, repetimos —tal vez con torpeza— sin ver que estábamos hablando sobre un territorio en constante desplazamiento o, al menos, suspendido. ¿Entendimos realmente esta muerte?

Si el poema está en la voz de otro o si se presenta como voz multiplicada, un yo extraño y ajeno, ¿cómo ubicamos al autor?, ¿cómo lo emplazamos en la geografía del texto? Tras estas preguntas empezamos a vislumbrar el anonimato y la polifonía como posibles respuestas a las cuestiones planteadas. Sin embargo, con esto dejamos zonas oscuras, apenas leídas. Quizá necesitamos cambiar los cuestionamientos e intentar ver la construcción del sujeto que sucede en el texto, cómo es este, cómo está formado; puede ser que ni siquiera esté formado, sino deformado; puede ser que lo que opere en el poema sea una dislocación, más que un buen ensamblaje del cuerpo. Si las voces textuales están atravesadas por desprendimientos, fraudes, abandonos, cortes abruptos o atascos, por ejemplo, es probable que tengamos que rastrear para conseguir fragmentos y vislumbrar el cuerpo; posiblemente sea un sujeto dislocado lo que se ofrezca en el poema.

Pongamos como muestra unos fragmentos de «Contradicciones», un poema del libro Ciudadano si fin (1970), de Juan Calzadilla, en cuya poética aparecen desdoblamientos, otros que surgen, que rompen al sujeto, su unidad: «Cuando tomo la pluma los labios no quieren callarse / Cuando empiezo a hablar la mano no guarda silencio, / se altera y oscila en otra dirección / [...] / Cuando camino una mitad del cuerpo avanza conmigo / La otra mitad espera, como muerta, fija en los postes / La sombra aproxima, el deseo aleja / Mi propio frente me da la espalda / Son contradicciones».

En el siguiente artículo comentaremos esta cita y continuaremos desarrollando esta idea; cuando menos, haremos el intento.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (3-VIII-2013, p. 4) 
IMAGEN: http://2.bp.blogspot.com/-GVqcsyKJuDA/T9IYJ6uusBI/AAAAAAAAvSU/ZTgD6mtvM6Y/s400/ASESINATOS1.jpg