sábado, 31 de agosto de 2013

#YO (I)


Ya no narramos. Al menos no como tradicionalmente hemos entendido tal verbo. Ni siquiera algo tan «narrativo» como una biografía. Si queremos saber de alguien, de su vida, su biografía, vamos al perfil, al timeline, donde está todo.

De alguna manera, el entusiasmo con que nos registramos en las redes sociales nos ha llevado también a practicar formas alternas de narración, que incluyen la confluencia de lenguajes, apuestas sintácticas «híbridas», etc. Vamos a la fiesta: actualizamos el estatus y dejamos constancia de ello, luego tomamos una foto que da cuenta del estado inicial de esta (inmediatamente pasa, como mínimo, a tres redes sociales), lo siguiente es un tuit con un enlace a un artículo leído en un punto bajo de la reunión, a continuación posteamos los primeros versos del coro de la canción que suena, un nuevo estatus revela el paso dado hacia otro nivel de alteración, de ruido, de caos… Acudimos a presenciar una historia en marcha y entramos y salimos de la sala a nuestro antojo, pero en la medida en que somos seguidores y amigos y respondemos y damos me-gusta, etc., somos también agentes de la misma, le damos forma, mientras hacemos curaduría de nuestro perfil/timeline/álbum de fotos, yo multiplicado que no deja de ser yo… En este punto volveríamos a citar y a distorsionar a Rimbaud y su je est un autre, pero ya hemos vuelto sobre esto recientemente. En todo caso, con cada publicación que hacemos vamos elaborando un discurso que intenta construir una persona (del latín persona, ‘máscara de actor, personaje teatral’, de acuerdo con la RAE). Tal vez por esto la poeta Vanessa Place escribió que el buscador era el nuevo biógrafo: tanto como el perfil o el timeline, el buscador registra todo lo que buscamos (valga la redundancia), en él quedan nuestras huellas, rasgos de lo que nos interesa, de nuestra cotidianidad; es decir, el historial de búsqueda ofrece un perfil, un personaje que hemos ido modelando apenas conscientemente y que se muestra de diversas maneras según las características de la página que nos solicita información (Spotify, Facebook, Twitter, Foursquare, Instagram, etc.). De esta manera, nos vemos llevados a una práctica continua de inventariar el día para narrarnos, para ofrecernos, para mostrarnos; esto es, devenimos discurso, autobiografía siempre en proceso.
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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (31-VIII-2013, p. 4)

sábado, 17 de agosto de 2013

EL CUERPO DEL DELITO (II)


En el artículo pasado nos preguntamos por el autor, el anonimato y la polifonía, y, al respecto, citamos el poema «Contradicciones», de Juan Calzadilla, con lo que intentamos mirar la cuestión desde otro ángulo: en lugar de ver cómo es el autor, enfocarnos más bien en el sujeto poético que construye el texto.

En dicho poema, el sujeto se multiplica y se quiebra; se multiplica precisamente como consecuencia de la fragmentación que sufre. En la lectura nos enfrentamos a esta voz poseída por cuerpos ajenos y se hace difícil localizar el yo, asignarle plena confianza en cuanto eje que hace girar el poema. Luego, en vista de la aparente inutilidad de la figura del autor, ¿lo damos por muerto? Puede ser que resulte a primera vista, pero entonces tendremos que sacarnos de encima el cadáver, los rastros, las evidencias, las huellas dejadas en la página, etc.

Replanteemos la pregunta: ¿Cómo funciona el gesto que desdibuja al autor? Tal vez la ausencia sea la manera de estar, de hacerse presente; tal vez sea la forma más radical que el autor consigue para decir yo. Si el sujeto está roto (su voz), entonces parece normal que (se) busque en otras voces, en otros lenguajes, en otros mecanismos de sentido, incluso a costa de perderse y fragmentarse aún más. En consecuencia, podemos insistir en la muerte del autor, pero esto no quiere decir que no siga actuando, en ejecución constante. Luego, como lectores, nos toca ver las formas en que muere, auscultar el cuerpo, registrar cómo se multiplica, cómo muta, cómo se desplaza, cómo se representa a sí mismo. Y es que el gesto, que a primera vista parece borrar o dispersar al sujeto en la página, deriva en una presencia de este con una intensidad diferente que lo empuja a acudir al otro para poder decir yo, para intentar ubicarse en el texto: un yo-es-otro rimbaudiano que no deja de suceder en el sujeto poético. Es por esto que no logramos trazar un mapa: el yo siempre es otro y cuando señalamos un punto en el territorio del texto, vemos que aquel opera simultáneamente en uno o varios puntos más, lo que difiere la lectura que asomamos y nos empuja a zonas fronterizas, sin centro, donde leemos yo para ser otro para ser yo.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (17-VIII-2013, p. 4).

sábado, 3 de agosto de 2013

EL CUERPO DEL DELITO (I)


Anteriormente, en un artículo publicado en la revista electrónica Las Malas Juntas, nos preguntamos por el autor, por el lugar que ocupa, y todo parecía conducirnos al anonimato, a la ausencia de este. Sin embargo, la pregunta ahora es si se puede vaciar la página de voces; mejor dicho, si funciona realmente la anonimia.

La muerte del autor, repetimos —tal vez con torpeza— sin ver que estábamos hablando sobre un territorio en constante desplazamiento o, al menos, suspendido. ¿Entendimos realmente esta muerte?

Si el poema está en la voz de otro o si se presenta como voz multiplicada, un yo extraño y ajeno, ¿cómo ubicamos al autor?, ¿cómo lo emplazamos en la geografía del texto? Tras estas preguntas empezamos a vislumbrar el anonimato y la polifonía como posibles respuestas a las cuestiones planteadas. Sin embargo, con esto dejamos zonas oscuras, apenas leídas. Quizá necesitamos cambiar los cuestionamientos e intentar ver la construcción del sujeto que sucede en el texto, cómo es este, cómo está formado; puede ser que ni siquiera esté formado, sino deformado; puede ser que lo que opere en el poema sea una dislocación, más que un buen ensamblaje del cuerpo. Si las voces textuales están atravesadas por desprendimientos, fraudes, abandonos, cortes abruptos o atascos, por ejemplo, es probable que tengamos que rastrear para conseguir fragmentos y vislumbrar el cuerpo; posiblemente sea un sujeto dislocado lo que se ofrezca en el poema.

Pongamos como muestra unos fragmentos de «Contradicciones», un poema del libro Ciudadano si fin (1970), de Juan Calzadilla, en cuya poética aparecen desdoblamientos, otros que surgen, que rompen al sujeto, su unidad: «Cuando tomo la pluma los labios no quieren callarse / Cuando empiezo a hablar la mano no guarda silencio, / se altera y oscila en otra dirección / [...] / Cuando camino una mitad del cuerpo avanza conmigo / La otra mitad espera, como muerta, fija en los postes / La sombra aproxima, el deseo aleja / Mi propio frente me da la espalda / Son contradicciones».

En el siguiente artículo comentaremos esta cita y continuaremos desarrollando esta idea; cuando menos, haremos el intento.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (3-VIII-2013, p. 4) 
IMAGEN: http://2.bp.blogspot.com/-GVqcsyKJuDA/T9IYJ6uusBI/AAAAAAAAvSU/ZTgD6mtvM6Y/s400/ASESINATOS1.jpg

sábado, 20 de julio de 2013

UN POCO DE MEMORIA (II)


En el artículo anterior intentamos hablar de la memoria; sin embargo, no estamos seguros de haberlo logrado. En esta oportunidad haremos otro intento, aunque tengamos la leve intuición de que cualquier esfuerzo será desviado, se perderá en el camino y acaso conseguirá reconocer la vía de vuelta. ¿Por qué? Porque la memoria juega a eso. No hace falta mucho, 30 años son suficientes, incluso menos. Una vez que miramos atrás, el registro se quiebra y la imagen dislocada se multiplica en fragmentos que nos ofrecen recuerdos alterados, intervenidos con otros signos. ¿Cómo haremos entonces para darles forma, para nombrarlos? Pareciera que cualquier esfuerzo se ve desbordado por la memoria. Cuando creemos haber tendido un buen coto, notamos que hay una fuga justo al lado, un desplazamiento que nos interpela, que nos invita a responder, pero ante el que no atinamos palabra alguna. Toca replantear las formas de hacer silencio, sus lecturas posibles, pero también, ejercitar el tartamudeo, los espasmos verbales, labrar otra dicción, otra ficción, otras rutas de escritura; que el estilo —punzante— se hunda, penetre y cave una salida que quizás pueda encontrarse con aquella fuga del desbordamiento.
 
Ahora bien, ¿qué pasa si tampoco es posible cavar un nuevo trayecto así? Entonces es posible, mejor dicho, es necesario hablar de otra forma, tensar la sintaxis, la gramaticalidad, las formas del poema, el orden del discurso; tomar prestado, reubicar, desplazar la voz hasta un continente diferente, ajeno, apenas conocido. Después de todo, no somos los mismos lectores de siempre. «Las palabras ya no se escriben para ser leídas, sino que son meramente materiales para mover, compartir y manipular» (@UncreativeWriti, 20-IX-2012). Al final, un nuevo organismo ocupará la página/pantalla. Sin embargo, este organismo será igualmente textual, con otros comportamientos, ciertamente mutante, pero no dejará de ser texto; es decir, un organismo que exige lecturas.

¿Pero podrá finalmente este abordar la memoria? No parece posible. Todo apunta a que el poema (el organismo, el texto) se uniría a esta, adquiriría sus colores, algunos sonidos y olores, se replegaría con ella y finalmente devendría parte de esta, la borraría, ocuparía su lugar.
 
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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (20-VII-2013, p. 4)
IMAGEN: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWB4wsQkFxgf0MHOplMZJv7dnztXtmaXJ1JfMsfImEUvRQ8pqP3t2z_ohlwX3MILQFU9Jj04srXG8XWxkUup8QwdwI7docEbf0J9nxWfLxsAlf5-J0jzfkUwFUiKPoR8HBn-I-U1jg6Dei/s320/duelo.jpg

sábado, 6 de julio de 2013

UN POCO DE MEMORIA


Los objetos están ahí, secos. Pero esos desiertos se irán llenando de huellas, de caminos, de señales de tránsito. Entonces vendrán a ser signos, sistemas de representación, tendrán nuevos nombres... ¿Podemos pensar la construcción de la memoria de esta forma?

Recordar, hacer memoria, va inevitablemente de la mano de procesos connotativos. Las imágenes que atesoramos como eso que fue están atravesadas por otras imágenes, por afectos, por movimientos subterráneos que dislocan las historias; lo que vemos es una construcción nueva, prolongación o deriva de aquello. Sirva la imagen de Baudrillard: «El territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio […] y el que lo engendre».

Tomemos un ejemplo. La poética de la gaita (si se nos permite) tiene sujetos claves: el lago, el puente, El Saladillo, Santa Lucía, entre otros. La música hace de estos los personajes principales que agencian la canción. Y cuando parece que la letra se distrae en otras cosas, entonces alguna voz se levanta y llama al orden: «Cómo no queréis que cante, / cómo no voy a evocar / si así puedo recordar / aquellos tiempos de antes». La poética, esta poética, es un bloque compacto que no admite fisuras, entre otras cosas, porque esos sujetos son de hecho parte de una mitología y, como tal, ahí se detiene la posibilidad de diálogo.

Sin embargo, lo que queremos resaltar es que el canto apunta a signos cuyos referentes ya son otros, que han mutado, y solo quedan los que la misma gaita propone y engendra; una vez engendrados, asistimos peregrinos al altar de «la ciudad más bella que existe en el continente», nos sacamos los ojos, como nuevas Lucías, para permanecer castos y ofrecernos vírgenes al lago, a la China y al puente; y ciegos ya, solo podemos atravesar las plazas, las iglesias, las calles, los barrios y las avenidas que escuchamos de diciembre en diciembre. Al final, la ciudad que recordamos difícilmente es esa del territorio, sino —posiblemente— una construcción diferente, una dictada por el mapa, con señas específicas para su puesta en marcha.

En todo caso, no se trata de hacer juicio de valor, un es bueno o es malo, sino de reconocer una cotidianidad atravesada (¿necesariamente?) por mitos, por sistemas de signos, productos históricos, máquinas de sentido, construcciones culturales.

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* Publicado originalmente en el diario La Verdad (sábado 6 de julio, p. 4)
IMAGEN: http://moblog.net/media/m/i/n/minushabens/three-blurry-girls.jpg

martes, 18 de junio de 2013

ZULIANO MIGUEL HERNÁNDEZ GANA NACIONAL DE POESÍA (Ctrl+C / Ctrl+V)

Miguel Ángel Hernández, talento de La Verdad, ganó el IV Concurso Nacional de Poesía 2013. ¡Oh, lorem ipsum! es el nombre del trabajo con el que el artista de 30 años obtuvo el reconocimiento otorgado por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello.

El artista Miguel Ángel Hernández ganó el Premio Nacional de Poesía 2013. (Foto: Jhair Torres)

El poeta marabino Miguel Ángel Hernández fue el ganador del IV Concurso Nacional de Poesía 2013. El joven de 30 años, egresado de la Escuela de Letras de la Universidad del Zulia, obtuvo el reconocimiento con su obra ¡Oh, lorem ipsum!, un libro con el que el artista se sale del género tradicional y desarrolla su propia manera de escribir. El premio comprende un reconocimiento en metálico y la publicación del trabajo.

Esta es la primera vez que el artista participa en el concurso organizado por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello y dijo sentirse contento con el premio, que para él es más que un reconocimiento, es el aval de su propia propuesta poética. «Este es un trabajo que puede resultar experimental porque se sale un poco de la poesía común. Con él logro forzar un poco el género y es algo que me gusta mucho. Me parece que este premio es un buen inicio para lo que quiero lograr y legitima mi estilo ante los lectores y ante el mundo de la literatura».

Pensando en Maracaibo
Hernández, quien participó en el concurso con el seudónimo MAHZ, explicó que el término lorem ipsum es una especie de boceto o texto falso que su utiliza en el ámbito del diseño gráfico para saber cómo va a quedar el trabajo final. El personaje principal es la ciudad, pero hay muchas otras cosas que entran en juego.

William Osuna, presidente de la Casa de Letras Andrés Bello, y los demás integrantes del jurado informaron que decidieron otorgarle el premio al zuliano porque su trabajo «es un libro inteligente y agudo de principio a fin. Posee elementos que lo distinguen a primera vista como el ritmo, la crítica que hace, la incorporación de referentes culturales actuales, como programas de televisión, juegos de videos e Internet. Tiene conciencia lírica que observa e interviene en una realidad que no le es ajena, sino que es parte de su incertidumbre e intuiciones».

Otros premios
Con seis años de egresado de la Escuela de Letras de la Universidad del Zulia, Miguel Ángel Hernández ha obtenido menciones en el XIX Premio Nacional de Poesía Fernández Paz Castillo y en el I Concurso Nacional de Poesía Delia Rengifo. En 2006 publicó junto a su colega Eduardo A. Pepper el libro titulado Antología del descapotable y en 2010 sacó a la calle Cotidiano, una plaqueta de poesía publicada por el Proyecto Latinoamericano de Unión Poética, de Argentina. Desde hace cuatro años y medio se desempeña como corrector de textos del diario La Verdad.

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sábado, 8 de junio de 2013

DE LOS LUGARES COMUNES


Cuando partimos de la idea de —y declaramos en tono de manifiesto— que somos creativos y que transitamos lejos de los lugares comunes, generalmente vamos por lugares comunes y poco originales. De hecho, el presupuesto en sí es ya algo desgastado.

Sin embargo, aún nos podemos encontrar con propuestas que señalan que la literatura es indispensable, condición sine qua non para el desarrollo de la persona. Se supone que esta da más libertad, conocimientos, originalidad, creatividad, sensibilidad auténtica, pensamiento crítico y autónomo, etc., siempre lejos de los caminos trillados de la televisión, la publicidad, el mercado y más. ¿No es esto una idea ya demasiado manoseada? ¿Que la literatura es lo único que salva? Habría que preguntarse si la literatura no es más que una elección entre muchas posibilidades. Además, ¿salva de qué? ¿De los lugares comunes, de los estereotipos, de la insensibilidad? Es difícil no ver el estereotipo en esta idea; más aún, es difícil no darse cuenta de que la literatura, como cualquier otra institución cultural, da pie para el surgimiento de lugares comunes, dogmas, reterritorializaciones, etc.

Pero la cuestión no es tanto si hay o no lugares comunes (partimos de la suposición de que existen), sino que todavía hoy no se asume que los haya y, más aún, que pululan en la literatura. Al no reconocerlo, se instala un coto a la circulación de los signos, se crea un dios para estos y ahí se da el proceso de estancamiento: las revoluciones crean sus propias cercas; más allá solo hay traiciones.

En este sentido, el poeta Kenneth Goldsmith escribe: «Cuando nuestras nociones de lo que es creativo pasan a ser tan trilladas (…), tan románticas… tan no creativas, es tiempo de ir en la dirección opuesta».

«Así pues —citando a Baudrillard—, es preciso leer todos los sucesos por el reverso, más allá de su montaje oficial». Luego, si bien es cierto que productos como los concursos de belleza y las telenovelas imponen una serie de pautas sociales, estéticas, etc., no lo es menos que sucede otro tanto en la literatura, y la diferenciación de los primeros como objetos populares y el segundo perteneciente a la esfera de lo «intelectual», aun cuando les son inherentes de alguna manera, tal vez digan más de las lecturas de que son objeto que de sus respectivos discursos; después de todo, ambos son eso: sistemas de signos, agentes discursivos.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (sábado 8-VI-2013, p. 4)
IMAGEN: http://www.mobilemag.com/wp-content/uploads/2012/04/120427-honda1.jpg