sábado, 16 de marzo de 2013

LA VERDAD SEA DICHA... [ENSAYO CIRCUNSTANCIAL N.° 2]



Un ejercicio que caracterizó las primeras décadas del siglo XX fue la revisión del lenguaje. Desde la poesía hasta la matemática, pasando por la filosofía, los sistemas de representación que los sustentaban entraron en crisis bajo el cuestionamiento de las disciplinas que hasta entonces parecían valerse de estos casi con total fe en su transparencia. Así, por ejemplo, las vanguardias históricas pusieron a prueba ―una vez más― las formas tradicionales del poema, la matemática sufrió una crisis de fundamentos y Wittgenstein sospechó de las propias palabras del Tractatus logico-philosophicus (1921), que devino piedra fundacional de la pragmática lingüística. Sin embargo, como huyendo de la sospecha, obviándola, los medios de comunicación parecen hacer uso del lenguaje como si las palabras fueran sólidas (o transparentes, según se mire), confiables, bloques de sentido claro y unívoco; más aún, la publicidad que la prensa hace circular, por lo general, apunta a la veracidad como valor propio, que, en consecuencia, ha de inspirar confianza. Entonces, la pregunta que planteamos es: ¿Cumplir cabalmente tal oferta de veracidad es posible?

Ya en el Curso de lingüística general (1916) Ferdinand de Saussure puso sobre la mesa la sospecha. El lingüista suizo ensañaba en sus clases que el signo lingüístico es una especie de moneda cuyos lados corresponden al significado y al significante, respectivamente. Simplificando bastante podemos intentar resumir su explicación: En el libro usa el ejemplo de la palabra árbol y expone que cuando escuchamos o leemos esta palabra, ese sonido, esa cadena de letras (significante), hacemos una representación mental de lo que entendemos por este (significado). Asimismo, enseñaba que el signo lingüístico es arbitrario; es decir, que la palabra que usamos para designar al árbol pudo haber sido cualquier otra: no hay razón para que denominemos a los árboles árboles.

Partiendo de acá, la lingüística adquirió conciencia del carácter metafórico del lenguaje, lo cual la literatura ha puesto en marcha desde siempre. Pero también la legislación ha tenido que tomar en cuenta esto para evitar lagunas jurídicas. Es decir, las palabras pueden ser un problema, un silencio, más que un simple medio para comunicarnos. Precisamente la pragmática intenta dar cuenta de los elementos que entran en relación en un enunciado, desde la palabra misma hasta, por ejemplo, la situación del tránsito vehicular: texto y contexto, lo cual viene dado por la afirmación de que los sentidos desbordan las palabras. Como recuerda Roland Barthes: «Los significantes son siempre ambiguos; el número de significados excede siempre al número de significantes: sin eso no existiría ni literatura, ni arte, ni historia, ni nada de lo que hace que el mundo se mueva».

Pero volviendo a la pregunta que nos hacemos, ¿es posible cumplir la oferta de veracidad? Si retomamos a Barthes, «la verdad es imposible con el lenguaje». Si este está marcado por una arbitrariedad, si se sustenta en la ausencia, en la metáfora como subsistencia, luego, decir la verdad parece realmente imposible. Sin embargo, hablamos de verdad y veracidad dando por sentado lo que significan. En todo caso, pareciera que generalmente pensamos que un enunciado es verdadero si da cuenta plena, elemento por elemento, de un hecho determinado, lo cual no pasa de ser una representación o interpretación del mismo; esto es, ficción. ¿Y no es este mecanismo el que opera en los medios de comunicación y que hace que ante un evento determinado haya tan diversas lecturas? El habla se ejecuta desde un lugar específico (a veces un poco movedizo, otras con mayor o menor conciencia) que ofrece sus modelos de representación. Y los medios de comunicación son espacios que ofrecen tales modelos por excelencia, de ahí que estos sean susceptibles de lecturas desde lo literario. Ahora bien, las ficciones que leemos cotidianamente en la prensa tienen otros comportamientos o, viéndolo desde otro lado, son recibidas de manera diferente a como recibimos el objeto que concebimos como literario. ¿Qué nos impide hacer lecturas cruzadas?

Los medios han tomado para sí la verdad como estandarte, no así la literatura, sabiéndose imposibilitada para esto desde el comienzo; ¿es que aquellos sí lo ven posible? Una vez más habría que definir qué se entiende por verdadero. Sea como sea, los medios de comunicación tienen pleno conocimiento del rol que juegan socialmente (a estas alturas, casi un poder público más) y evitar tales lecturas cruzadas es fundamental para que funcione la puesta en circulación de los modelos que ofrecen, de lo contrario, no serían más que un poema de amor y veinte canciones desesperadas.

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* Para acompañar, completar, cruzar y despejar esta lectura acá dejo un enlace a Sobre la dificultad de contar, de Javier Marías.
** Un resumen de este artículo fue publicado hoy (16-III-2013) en el diario La Verdad.
IMAGEN:
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/ec/Bundesarchiv_Bild_137-05795%2C_Deutsche_Zeitungen_in_Nordamerika.jpg

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