martes, 28 de octubre de 2014

¿LA VOZ DE QUIÉN?


¿Desde cuándo no basta el cuerpo? ¿Cuándo vimos que necesitábamos la ayuda de prótesis y otros dispositivos para tener un mejor «desempeño»? Incluso buscamos ayuda para la memoria: memorias externas, memorias virtuales que organicen todo para desembarazarnos de todo.

Para 2016 está programado el Cybathlon, los Juegos Olímpicos Biónicos, a realizarse en Zúrich. En estos, no solo los atletas serán premiados, sino también los fabricantes de la tecnología que los asistirá. Se trata de un paso más en el camino que parece llevar a una hibridación de lo humano con la robótica. La filósofa española Teresa Aguilar García va más allá; para ella (siguiendo a otros autores), estos términos aparentemente enfrentados darán paso a la «ciborgización»; es decir, a la constitución de subjetividades cíborg (organismos cibernéticos), donde no tendrá sentido establecer diferencias entre lo humano y la tecnología.

Sin embargo, no hace falta ir tan lejos o mirar a futuro para reconocernos en dicho proceso. El smartphone, por ejemplo, se ha constituido en una extensión del brazo. Incluso, ya hay un término que designa el miedo irracional a salir de casa sin él: nomofobia. ¿Y qué decir de la sensación de este repicando cuando no lo hace y quizás ni está cerca? ¿Podemos hablar acá de un caso de miembro fantasma, esa percepción de que una parte del cuerpo amputada aún está?

En todo caso, lo que queremos señalar, a pesar del optimismo e incluso de la euforia con que a veces pensamos el porvenir, es ese otro proceso de desubjetivación que conlleva esta hibridación. Aunque tal vez no sea correcto el término desubjetivación; siempre hay un sujeto, un agente que habla y actúa. Así, lo que sucede más bien sería una traslación de nuestras identidades a otros sujetos, que vendrían a ocupar el espacio en el que hasta ahora, o hasta hace poco, decíamos yo. Esos otros sujetos, no podemos olvidarlo, son sujetos políticos, económicos, etc., de modo que lo que entendimos como muerte del autor, libertad del texto o multiplicación del sujeto, en realidad era nuestra donación de nosotros mismos como enunciadores, agentes discursivos y, en consecuencia, políticos.

Como apunta la española Àngela Pujol refiriéndose a la relación literatura-Internet: «La red no es, desde luego, un espacio neutral, puesto que, hasta hoy, son las grandes corporaciones quienes detentan en mayor medida el poder asociado a la información y la tecnología». Y más adelante: «En cualquier caso, parece que acoger plenamente el discurso de la 'muerte del autor' en la red puede equivaler a poner en el lugar del muerto, en última instancia, a la tecnología. A la manera de aquellas máquinas programadas para producir poemas [¿Google Poetics?], podemos llegar a considerar la producción literaria en Internet como un resultado aleatorio sin dueño, lo cual no equivale necesariamente a una mayor libertad en la circulación de los contenidos y las obras literarias, sino que puede favorecer su apropiación por los grandes entes privados como Google».

Así pues, no basta con matar al autor, al sujeto que habla (si es que es posible), es necesario sobre todo saber qué hacer con el cadáver. Siempre habrá alguien dispuesto a ocupar su lugar.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (28-X-2014).
IMAGEN: http://www.monografias.com/trabajos94/bionica-protesis-piernas/image001.jpg

sábado, 11 de octubre de 2014

UNA DISCUSIÓN APROPIADA


La semana pasada se llevó a cabo el seminario Discusiones en el Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez. Entre los distintos elementos diferenciadores y las constantes que aparecieron una y otra vez, me llamó la atención la recurrencia explícita en mayor o menor medida a la apropiación como característica que recorre el arte contemporáneo venezolano. Pero más que este hilo conductor, lo resaltante es que en las discusiones sobre literatura esta cualidad no está presente. (La ponencia sobre poesía, a cargo de Gina Saraceni, por sus propias características, la elección de los textos y el tema, no era quizás la llamada a desarrollar tal aspecto.) Probablemente se trata de un asunto de lenguajes: pensar el poema con conceptos tomados del arte visual puede pasar como un error; sin embargo, por lo menos en principio, esta trasposición no debería ser desdeñada, después de todo, podría ser un ensayo para plantear nuevas lecturas; pero además, dicho tema se ha discutido en otras latitudes y parece incluso ya asumido como parte de ciertas prácticas poéticas. Así, la pregunta sería por qué en Venezuela el debate sobre la apropiación literaria ha pasado por debajo de la mesa, por no decir simplemente que no ha existido.

Podríamos pensar que el tema no interesa, que es entendido como mera moda o algo momentáneo e intrascendente, lo cual no sería raro, puesto que, en efecto, muchas de las reseñas y artículos que tratan al respecto se quedan muchas veces en lo accesorio, sin preguntarse apenas por lo que le sucede al lenguaje en el proceso. Por otro lado, también puede pensarse que se debe a que la reciente producción literaria venezolana no ha incorporado este procedimiento a su práctica y, en consecuencia, no genera tal debate. Sin embargo, por lo menos dos poemarios recientes: Paisajeno, de Willy McKey, e Historia privada de un etcétera, de Natasha Tiniacos, toman textos de otros para situarlos en un nuevo contexto, en mayor o menor medida, explícitamente ambos. Y yendo un poco más allá, en otro momento, con un tono y una hondura diferente, Octavio Armand, esa isla de la tradición poética nacional, recurre en diversas partes a múltiples voces para apropiarlas en su escritura.

Con estos precedentes, nos preguntamos, ¿no es válido y valioso generar una conversación sobre la apropiación como práctica poética? ¿Hasta dónde la voz ajena deviene propia? Huelga decir que no se trata de defender este procedimiento, no hace falta estar de acuerdo. Al nombrar Paisajeno e Historia privada de un etcétera no estamos dando ningún juicio de valor, positivo o negativo, sino que son puestos como ejemplos que requieren —pensamos— lecturas desde ese otro ángulo, desde esa clave que ellos mismos plantean y que, por lo tanto, puede ser incorporada a la crítica literaria para ver en qué medida funciona, cuánto coadyuva al proyecto poético, etc.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (11-X-2014).
IMAGEN: http://revistaojo.com/wp/wp-content/uploads/2014/06/portada-25.png

sábado, 30 de agosto de 2014

¿ES POSIBLE EL SILENCIO? (II)


En el artículo anterior hablamos de una forma de ejercer el silencio en el interior mismo de las voces que se cruzan en las redes sociales y los medios y ante la constante urgencia que nos empuja a participar de estos, no como una forma de negación o de no aceptación, sino como una manera de que tales medios de comunicación realmente funcionen como canales de expresión, por lo cual este «silencio» sería más una especie de tergiversación, de détournement o mala praxis que altera los espacios de enunciación que se nos ofrecen.

Como se ve, se trata de un gesto político, pero igualmente podría entenderse como una poética. En mayor o menor medida, esa «tergiversación» es la que intenta el poema. Decir como una forma de desdecir, de hablar mal, de hacer silencio. «La escritura tiene como único propósito dejar en blanco a la página. Vaciarla con signos repletos de segundas intenciones», escribe el poeta Octavio Armand. Esto es, la negación del lenguaje por el lenguaje mismo; más bien, el lenguaje llevado a su extremo, a su forma más radical.

Insistimos: no se trata de afirmar una posición romántica (de alejamiento o rechazo) frente a la cotidianidad, sino de seguir el camino que propone la escritura misma, seguirlo hasta sus últimas consecuencias, donde apenas es posible la significación. Pero tampoco es el «caos» del inconsciente. Se trata más bien de «dejar caer la referencia misma en algún punto externo de referencia que elude lo Simbólico» (S. Žižek). A esto apunta el poema. Todos sus movimientos desregularizadores tienden a llevar la enunciación fuera del radio de acción de la comunicación (entendida como mera transmisión de un mensaje). La pregunta es cómo se pone la referencia en ese «punto externo de referencia», cómo «dejar en blanco a la página». Más aún, ¿qué consecuencias tiene? Podríamos pensar, por ejemplo, en un discurso que no consiga destinario alguno, que no atine a construir diálogo, no tanto porque no interpele al lector cuanto porque, vaciado de signos y fuera de todo proceso de simbolización, este debe inaugurar a cada paso nuevas formas de leer, seguir el mismo proceso que llevó al lenguaje fuera de su cauce. Pero además, ¿cómo podría enunciarse el sujeto en ese afuera de la referencia? En todo caso, es preciso asumir tales consecuencias, perder el cuerpo, devenir (reconocerse) discurso, sistema significante siempre desplazado.

De esta forma, el poema tienta constantemente su propia constitución, estira los bordes que lo contienen, corriendo el riesgo de caer en el sinsentido, en lo absurdo; y sin embargo, aun en ese más allá será posible leer, puesto que todo es susceptible de interpretación (cuánto más el blanco sobre blanco, un silencio añadido al silencio).

Por supuesto, quedará suspendida la pregunta sobre cómo eludir lo simbólico, cómo vaciar la página con signos. O bien, podemos arriesgarnos a afirmar que el poema es ese cómo, es el proceso que hace y deshace al mismo tiempo, que instala y derriba con un solo movimiento todos los significados posibles. En consecuencia, leer vendría a ser (per)seguir dicho movimiento para intentar rescatar algo.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (30-VIII-2014).
IMAGEN: http://www.tuxboard.com/photos/2012/10/Out-of-Place-par-Robert-Rickhoff-D%C3%A9tournement-lieux-public-5.jpg 

sábado, 16 de agosto de 2014

¿ES POSIBLE EL SILENCIO?


Tal vez comunicar sea la palabra clave. Es necesario hablar, decir, escribir, enunciar(nos). Todos los días, a cada momento, hay un cuerpo textual o discursivo in crescendo, básicamente gracias al omnipresente uso de las redes sociales. Se trata de una urgencia y —a estas alturas— de un mecanismo para incorporar, interpretar y «administrar» las experiencias. De alguna manera, nos entendemos a partir de esa escritura instantánea, o mejor, fugaz.

En esta sobreabundancia textual, ¿qué leemos?, ¿cuánto leemos?, ¿qué vale la pena leer? Las redes son un zapping constante, apenas disimulable a ciertas horas, y lo escrito en un tweet o en un estado pasa casi de forma inmediata al olvido. Los medios de comunicación tradicionales parecen ofrecer un poco más de aliento (solo parecen). Una escritura sin cuerpo real es todo cuanto tenemos. Pero además se nos invita a opinar, a ser partícipes de esa escritura, a crear un diálogo, a comentar, a «gustar», a compartir o a retuitear. La incorporación a dicho diálogo conlleva, por una parte, el hecho de que pasamos a formar parte de una economía (cuyo mercado o plataforma son las propias redes) donde somos al mismo tiempo productores y consumidores, y por otra parte, que, como señala el articulista Rob Horning, «el momento de la propia expresión constituye simultáneamente al emisor y al mensaje, lo que enmascara cómo ambos son estructurados por el medio disponible» (pensemos, por ejemplo, en los estrictos 140 caracteres o el hashtag, que ordena, categoriza, nombra, mide, etc., pero también en el espacio en las páginas de la prensa escrita, la mayoría de las veces determinado por la publicidad). Como dijimos, de alguna manera nos entendemos desde estos lugares que se nos ofrecen como espacios de expresión y opinión libres, como espacios para ser, por supuesto, a condición de participar de la fiesta.

Tomando en cuenta lo codificado y estructurado de tales espacios de enunciación, cabría preguntarse entonces por la factibilidad de una verdadera autoexpresión. Pero igualmente podríamos invertir la pregunta: ¿Hay un espacio de enunciación que no esté codificado en mayor o menor medida? Huelga decir que la literatura no escapa a esto.

Por otra parte, además de estas características de los lugares para hablar y opinar, es sintomático que los intercambios propuestos estén regidos por lo instantáneo y efímero las más de las veces (videos virales, trending topics, noticias del momento…), de modo que el espectro temático suele ser bastante corto; lejos de este, probablemente algunos murmullos, cuando no el silencio. Es decir, que hablamos un diálogo que no es nuestro, un diálogo ajeno, pero que ha devenido común y cercano dada su ubicuidad. Luego, esta sobreabundancia de escrituras solo da cuenta de voces con yoes desplazados, expulsados de la propia expresión. El problema es que no logramos reconocer tal desplazamiento y damos por sentado que el yo que pronunciamos es transparente y apunta con claridad a un sujeto pleno.

Entonces, ¿quién habla aquí, donde parece no haber nadie? Otros, siempre otros; sujetos políticos, mercantiles, sociales, etc., que nos aúpan a tomar la palabra, a decidir, a votar…

Si tal es el escenario, ¿es posible ser más que un simple portavoz o un mensajero mudo?, ¿existe una posibilidad de hacer frente, si es de esto de lo que se trata? Para Jean Baudrillard (vía Horning), «la estrategia de resistencia es aquella del rechazo a la significación y el habla o la de la simulación hiperconformista de los mismos mecanismos del sistema, que es otra forma de rechazo por medio de la sobreaceptación».

Si bien el silencio en el contexto de los medios y las redes sociales parece poco menos que imposible, habría que entender este no solamente como la ausencia de discurso, sino además como el proceso de dislocación de los mecanismos de producción de sentido y contenido que aquellos ponen a disposición. Piénsese, por ejemplo, en algunos ejercicios que incorporan estos a la escritura poética; podría hablarse en este caso —quizás— de ese «rechazo por medio de la sobreaceptación»; o más que de rechazo, de burla, de cierto movimiento esquivo que parece adherirse a la lógica discursiva de los medios y las redes, pero que, al darle un nuevo uso, en un contexto diferente, altera de alguna manera sus funciones y procedimientos de significación.

Así, este «silencio», esta mala praxis, sirve como una forma de retomar la propia expresión; tal vez no para bloquear el desplazamiento constante del yo, pero por lo menos para hacerlo visible y reconocer dónde se ubica en un momento determinado la voz.

Por supuesto, pecaríamos de ingenuos si pensáramos que con esto escapamos a las lógicas del mercado y las ideologías; nada más lejos. Recordemos que solo se trata de un gesto de burla. Como animales políticos (sociales), nos vemos obligados a hablar en los espacios predeterminados que ya mencionamos. Mientras tanto, intentamos hacer silencio con un gesto engañoso que nos permita ubicar y mover la voz hacia un territorio más cercano, aun cuando sea apenas por un instante.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (16-VIII-2014)
** Para ahondar en el tema, leer los artículos Contra Narciso, de Luis Pérez-Oramas, y The Silence of the Masses Could Be Social Media, de Rob Horning.
IMAGEN: http://tctechcrunch2011.files.wordpress.com/2014/02/pediapress-wikipedia.jpg?w=400

sábado, 2 de agosto de 2014

ESCRITURA = RIESGO


En la película Dans la maison, de François Ozon, Claude Garcia, uno de los protagonistas, empieza a escribir relatos por una tarea de literatura. Tras esto, Germain Germain, el profesor, lo conmina a continuar con la escritura. Sin embargo, la tarea conlleva un riesgo: para escribir, Garcia debe visitar a su compañero de clase Raphaël Artole, ser partícipe de su cotidianidad, de la intimidad de la familia. A medida que Germain lee las historias, se da cuenta de que van sucediendo situaciones cada vez más extrañas o riesgosas; sin embargo, aun cuando duda, decide continuar y asumir dicho riesgo que, como lector y a la vez personaje, le toca.

A estas alturas, preguntarse por la ficción parece no tener cabida.

La escritura es riesgo. El grupo Apocalipsis hizo de sí mismo, de sus respectivas biografías, un apocalipsis, en el que suicidios y otras muertes trágicas marcaron el fin. Si bien se trata de un tema que hay que mirar con cuidado, pues se puede correr el peligro de ver en cada línea, en cada palabra, una premonición, un signo previsor, y acabar confundiendo la lectura, parece plausible asomarse de vez en cuando a ver cómo las tensiones cotidianas, mínimas muertes, etc., se reproducen o despliegan en los movimientos que dinamizan la escritura y coadyuvan en la construcción de sentido. Entonces surge la pregunta por cuánto hay depositado en una obra, cuánto se despliega en un discurso. No es cualquier cosa esto, se trata de la subjetividad deviniendo objeto para ser plenamente sujeto, como Alonso Quijano que sale a recorrer un territorio en decadencia como Don Quijote para ser totalmente lúcido. Todo esto, por supuesto, a costa de la vida misma, a sabiendas de que en dicho proyecto se puede perder la vida.

En una reunión, hablando sobre un artista, una persona dijo que le hacía falta «dañarse» un poco. Más allá de la referencia inmediata, del momento, lo que subyace a esta idea es la necesidad de arriesgar aún más en la creación, pero también en disciplinas críticas, teóricas, etc. Solo así se puede pensar y generar discurso con peso específico entorno a los objetos, llámese libro, pintura, ensayo, ciudad, deporte, país…

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* Una versión de este texto fue publicado en la web del diario La Verdad (2-VIII-2014).
IMAGEN: http://lh6.ggpht.com/_21W3jSgjAyA/Spphz3McgdI/AAAAAAAABYg/yfY7Hv96v9g/Gustavo_Dore_Quijote%5B1%5D.png?imgmax=800

sábado, 19 de julio de 2014

NO QUEREMOS PAZ


Desde hace unos pocos meses vivimos rodeados de paz. Todo está lleno de paz. El mes anterior, por ejemplo, se llevó a cabo el XI Festival Mundial de Poesía, cuyo lema fue La letra y la paz. Así como este, diferentes congresos, mesas de diálogo, simposios, etc., enuncian la paz entre sus objetivos o la suman a sus respectivos nombres. De un momento a otro pasamos a la urgencia de pronunciarla. La pregunta es: ¿por qué?

Repasemos brevemente: El 12 de febrero pasado comenzó una ola de protestas en diferentes ciudades de Venezuela que se mantuvo durante algunos meses. En este contexto, las acusaciones y tomas de posición se sucedieron constantemente: mientras unos sostenían que las manifestaciones eran pacíficas y que la violencia venía de las fuerzas públicas, los otros mantenían que las protestas eran violentas y que el objetivo de policías y guardias era mantener el orden. El mismo hecho era reelaborado todos los días por discursos enfrentados. Por supuesto, nada nuevo, esto solo hizo —de ser posible— más evidente el problema. En todo caso, una de las cosas que resalta es la disputa de quién agencia la paz y quién la violencia. A partir de aquí viene la omnipresencia de la paz (en tanto palabra, claro está). Todo y todos decimos paz. ¿Se puede no estar de acuerdo en proponerla? Tal vez esto sea la clave.

Un discurso articulado en torno a la paz se asume protegido de réplicas, pues no se supone que se la ataque de frente (paz en abstracto, siempre). La bandera pacifista se instala inamovible como primer escudo. Pero además, por esto mismo, por su aparente blindaje, a su alrededor se puede avanzar hacia cualquier objetivo; ahí está Irak, por ejemplo; aquí estamos nosotros, por ejemplo.

No decimos paz porque nos urge, decimos paz como primer avance, como primer acto de violencia, y esta, tal como la entiende el filósofo Simon Crichtley, nunca es un solo acto, sino que conlleva una «contraviolencia». Y como no puede ser de otra forma, en este movimiento dialógico, violencia y contraviolencia giran sobre el concepto de paz, la paz como objetivo final. De ahí su reiterada convocatoria, su excesiva presencia discursiva. Ahí, en ese espacio «sobrante» que crea tal exceso, es donde debemos leer para intentar ver las pulsiones que hablan en nosotros, que nos dicen.

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* Una versión de este texto fue publicada en el diario La Verdad (19-VII-2014).
IMAGEN: http://www.hableconmigo.com/wp-content/uploads/terracota-1.jpg

sábado, 5 de julio de 2014

EL YO DEL FÚTBOL


En textos anteriores(1) hemos intentado abordar el tema de la subjetividad y sus avatares en Internet y la literatura, espacios que tienden a acercarse y repelerse constantemente.

En ese sentido, en estos días en que el fútbol se instala como centro de toda conversación, vale la pena arriesgar un diálogo distinto, acaso tangencial, para ver qué más rueda en el campo.

En un reciente texto, el escritor hispano-argentino Andrés Neuman habla sobre Messi, sobre «lo que no es» y lo que, como telespectadores, esperamos de él. En una parte habla de una pregunta que le hicieron al rosarino: «'Siendo tan tímido', le preguntó cierta vez a Messi una amiga de la infancia, '¿cómo podés salir a la cancha y hacer lo que hacés delante de cien mil tipos que te están mirando?'. Él sonrió tenuemente y pronunció la mejor respuesta que, dada su afasia, pronunciará quizás en toda su vida: 'No sé. No soy yo'». Y luego continúa Neuman: «Quién sabe si se trata de lo contrario: solo entonces es él. Solo entonces, dentro de la cancha, averigua quién es».

Messi dice «no soy yo»; Neuman hace la lectura inversa, que Messi es en la cancha. En ambos casos se trata del reconocimiento de —por lo menos— dos momentos del sujeto; entre la cancha y su afuera ocurren diferentes formas de decir yo.

Así como Messi, el hincha en general suele referirse al equipo con un nosotros; él/ella pasa a ser un sujeto múltiple. Esa persona que acude a la grada o mira la televisión se ve alterada al insertarse en la lógica del equipo: ganamos, perdimos, empatamos.

Si bien se trata de casos diferentes, los dos hablan de una identidad que podríamos llamar líquida, sobre todo en el caso del fanático (tele)espectador. La pregunta, entonces, apunta a lo que agencia esta maleabilidad del yo: ¿qué hace que seamos, dejemos de ser o derivemos en una multitud?

Todos necesitamos construir una narración para administrar las experiencias, para darles un sentido; es algo que hacemos tal vez de manera inconsciente, pero siempre está ahí. Luego, podemos pensar la cancha como ese relato vital en el que Lionel Messi deja de ser él o donde realmente averigua quién es, o el club como el guion donde el hincha se diluye, donde se asume (desde la fe) como sujeto colectivo. Por supuesto, en el caso del fanático, dicha construcción narrativa se ve fuertemente impulsada por el propio club como sujeto político y económico: los himnos, los eslóganes, los colores, la promesa de héroes-mitos, etc., todo coadyuva a crear un sentido de pertenencia e identificación sin el cual la persona no se entiende.

En todo caso, lo que habría que ver es cómo somos, qué ponemos como asistentes al espectáculo, cuánta de nuestra fe y de nuestras frustraciones(2) depositamos en este deporte, en este agente que nos ofrece coordenadas, que nos enseña a ser y a desear.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (5-VII-2014).
IMAGEN: http://fc06.deviantart.net/fs29/i/2008/052/c/c/La_Barra_Sin_Verguenza_by_Foxen2005.jpg

sábado, 21 de junio de 2014

EDUCACIÓN E IDEOLOGÍA


A raíz de la resolución 058 y la distribución de la Colección Bicentenario, últimamente leemos y escuchamos quejas del problema que estas conllevan: que se trata de un proceso de adoctrinamiento de los estudiantes, de una ideologización de la educación, etc. En general, como una especie de acuerdo tácito, reconocemos que la educación, por tratarse de niños, es poco menos que sagrada y debe respetarse, evitando contaminarla con ideologías y apuntando siempre a una visión plural. Más o menos así podríamos resumir muy básicamente— uno de los argumentos expuestos.

Viéndolo de esta manera, es difícil no estar de acuerdo, el problema está en que todo el argumento se apoya en la exigencia de la no ideologización de la educación, lo cual es imposible: la educación va de la mano de la ideologización. Cuando fuimos a la escuela, aprendimos a ver e interpretar de una determinada manera, a jerarquizar, a priorizar o desestimar, etc. El mismo hecho de asistir a una institución educativa nos hizo parte de un aparato ideológico desde la más tierna infancia: Vamos al colegio para formarnos y poder conseguir un trabajo digno en el futuro. ¿Formar qué o formarnos cómo? ¿Qué hace digno a un trabajo? Como no puede ser de otra forma, el modelo que rige nuestras vidas viene de esta etapa.

Si esto es así, ¿entonces cuál es el verdadero problema? Si siempre ha habido ideologización en la educación, ¿a qué se deben las protestas y los reclamos? Por una parte, podría deberse a la forma torpe en que se ha intentado llevar a cabo el proceso, pero sobre todo se debe a que lo que está propuesto es un cambio de dirección ideológica, un cambio de signo; es esto lo que reconoce e intenta detener el sector que se opone. Además, en la base de todo este embrollo está el hecho de que hasta hace poco solíamos asociar la palabra ideología a las tendencias políticas de izquierda, como si solo estas fueran productoras de tales sistemas. Esto, claro está, no es accesorio; cuanto menos veamos cómo se desarrollan las ideologías, más fácil será su proceso.

Anteriormente ya lo mencionamos: en todo lo que producimos hay signos que dan cuenta de las ideologías, empezando por el lenguaje, y de esto no escapa la educación. Así, independientemente de lo que suceda con dicha resolución, lo realmente importante es que podamos leer los movimientos que animan los diferentes discursos, en este caso, el educativo. El solo hecho de abocarse a esta tarea constituye un acto político y, como tal, dejará rastros de un determinado sistema de pensamiento.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (21-VI-2014).
IMAGEN: http://www.el-nacional.com/caracas/Madres-Resolucion-Antonio-Rodriguez-Nacional_NACIMA20140410_0028_3.jpg

sábado, 10 de mayo de 2014

A IMAGEN Y SEMEJANZA


En 2004 fue inaugurado el Monumento a la Chinita. Se trata de una plaza construida —al parecer— según cierto estilo europeo de fines del siglo XIX o principios del XX y está ubicada donde alguna vez existió el barrio El Saladillo, uno de los tantos fantasmas que aún nos habitan, sobre todo cuando la recorremos, cuando nos sabemos en el centro, en la zona cero del gentilicio. Por supuesto, luego de diez años se ha convertido en un icono de la ciudad y comparte el altar junto con otras figuras mitológicas.

La primera clave es el como-si, la semejanza: Fue construida a imagen de una plaza extraña; nació para posar, para verse como otra hasta ser esa otra. Pero igualmente vino a ocupar el espacio donde estuvo, además de El Saladillo (un barrio que resume en sí mismo lo que debe ser un habitante de esta ciudad), un paseo o boulevard construido por el exceso de progreso y glamour que trajo el petróleo. Es decir, que desde el inicio esta obra de segundo orden, copia de un «original», tuvo la tarea de encarnar una nueva forma de entendernos como ciudadanos, lo que ha resultado en que nos refundamos en un artificio, en un objeto hecho para que haga las veces de plaza según el relato tradicional de las viejas plazas de la ciudad. Precisamente porque funciona, porque cumple plenamente su tarea, vamos y nos tomamos la foto con la imagen de la Virgen al fondo y sentimos que ejercemos lo que somos como habitantes de este espacio. También es por esto que hay un continuo llamado a retomar las viejas costumbres, volver a los lugares de antes, de darles una nueva vida; estaremos más cerca del origen, de nuestra esencia. Entonces construimos casas como si fueran de la época colonial, sitios nocturnos al estilo saladillero, escuchamos canciones que suenan como las gaitas primitivas y así sucesivamente.

Lo dicho: nos fundamos y refundamos sobre el simulacro.

Esto en principio no es problema; de alguna manera, el simulacro nos ofrece un discurso, un sistema a partir del cual podríamos desarrollarnos. El problema es que no lo reconocemos como tal; luego, ese segundo orden deviene el primero.

Sin embargo, a pesar de lo que pueda parecer, no es de este monumento de lo que hablamos. Señalamos el desplazamiento e intercambio de estos diferentes órdenes y de cómo nos apoyamos en la ficción para construirnos.

Por ejemplo, recientemente una persona hablaba de la ruptura de una relación que pasó hace algunos meses; en cierto punto, para dejar claro que era algo superado, dijo que había borrado las fotos con esa persona, había cambiado el estado, la había bloqueado, etc. Es decir, las redes sociales marcan las pautas de cómo empezar, desarrollar y cerrar una relación, es un manual del que nos alimentamos a diario. Nuevamente esta construcción, en principio de segundo orden, ha reemplazado el «original». Ahora esta ficción nos provee desde hace algunos años el discurso que antes aportaban otros productos culturales, como las telenovelas o el cine, por solo nombrar dos que aún tienen bastante fuerza.

Como comentamos en el artículo anterior, en la ficción escenificamos lo que realmente somos. Sin embargo, no siempre la reconocemos —si efectivamente es de esto de lo que se trata— y terminamos, personajes al fin, ejecutando una historia ajena, un guion aún en proceso.

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* Una versión de este texto fue publicada en el diario La Verdad (10-V-2014).
IMAGEN: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0LxJIom2QtuSMYJ2Gio-c0821LcRpU-LL94tDdLChRVyYThepB9BB3gjG9KLebZF0NfW207-u7uD-QUlV-UrX5VQX4qo7XuvOPp4rwrwVT9RJ0vxiOT_d1Cqtv1-poHXtFheMBw3KRrLb/s1600/Monumento+a+la+Virgen1.jpg

sábado, 26 de abril de 2014

EL OTRO NOMBRE

Paseo de pareja en la playa en Her

Recientemente me vi buscando e intentando inventar un seudónimo, otro nombre. Pensé en alguno de la etapa universitaria, descartado rápidamente, y luego le pregunté a Google cómo crear uno. Revisé un par de entradas, pero nada, no estaba satisfecho, ninguno me gustaba. Pero ¿por qué esta no complacencia en el nombre? ¿Qué decían o qué dejaban de decir esos ejemplos que iban apareciendo? Aun cuando se trataba de un requisito meramente práctico, sin mayor ambición, no me parecía que cualquier nombre estaría bien; debía gustarme desde varios puntos de vista: acústico, visual, incluso semántico.

Cuando una página nos solicita un username, un nickname, un alias, intentamos en primer lugar alguno que nos guste, quizás con cierta «historia», donde nos reconozcan. El problema está cuando ya alguien lo usa: el sistema nos sugiere unos cuantos nombres similares, la mayoría con el añadido de uno o dos números. Pero tampoco, generalmente no nos conformamos con esos. Si nos vamos a renombrar, nosotros mismos seremos los agentes de ese nombre y, en consecuencia, de la nueva identidad.

Sin embargo, ese otro que damos a luz lleva el germen del cuerpo con que nos batimos hace años en la familia, en los salones de clase, en el trabajo, etc. Está infectado de nosotros. De modo que lo que parecía ser una nueva identidad es en realidad una prolongación o, más aún, resolución de aquella que tal vez pretendíamos suspender, al menos por momentos. Es que «necesitamos la disculpa de la ficción para escenificar lo que realmente somos» (S. Žižek). Es decir, no se trata quizá de que nos ocultamos detrás de avatares, displays y usernames, sino que hay una especie de realización en esa multitud de jugadores de FIFA 14, en la arroba que nos anuncia en Twitter, en el ejercicio curatorial de Instagram, etc.

En Her, el aclamado filme de Spike Jonze, Theodore Twombly mantiene una relación con un sistema operativo, pero cuando esta se complica, duda de sí mismo y se pregunta: «¿Estoy en esto porque no tengo la fuerza para tener una relación real?». Pero Amy, su amiga vecina, le devuelve la pregunta: «¿Acaso no es una relación de verdad?». En este caso, lo que determina el carácter real o ficticio de la relación es su funcionamiento, cómo se comporta, y no la aparente ausencia de un cuerpo.

Así, la búsqueda de un seudónimo deja de ser algo accesorio en la medida que reconocemos que hay un renombramiento, que comporta a su vez la construcción de una identidad, solo que nos quedamos cortos; no es solo eso, conlleva asimismo la posibilidad de desarrollar y mostrar un otro que está más cerca de nuestros deseos, angustias, etc. ¿Un yo más yo? Más bien un yo/otro, un reconocimiento.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (26-IV-2014).
IMAGEN: http://moviecitynews.com/wp-content/uploads/2013/10/Her-beach-scene.jpg

sábado, 12 de abril de 2014

«EL EXPERIMENTALISMO SE DESPOLITIZÓ»


Recientemente, el escritor Heriberto Yépez publicó un breve artículo en el que habla de una joven generación de escritores mexicanos que voltea la mirada hacia las corrientes experimentales y conceptuales de los Estados Unidos. Explica que durante el siglo XX la figura de Octavio Paz, que «dirigía la visión literaria en México, […] tachó la poesía norteamericana contracultural y sus lectores». Sin embargo, tras su muerte, y luego de varios años, los escritores vuelven a interesarse en esta, por lo que la literatura de dicho país parece estar «cambiando de referencias ¡para no cambiar de estructura!», dado que «En el siglo XXI, el experimentalismo se despolitizó».

Sin embargo, en un artículo anterior, Yépez critica a Kenneth Goldsmith como «principal personalidad» de la escritura conceptual porque «Su obra consiste en aceptar y retransmitir (tal cual) lo que el poder emite, encontrarlo bello sin necesidad de leerlo». Y más adelante, ya refiriéndose en general a los escritores de dicho movimiento: «Reiteran prácticas colonialistas. Vía manifiestos, antologías y membresías, borran o se apoderan de otras historias. […] El conceptualismo es una manifestación cultural derivada de políticas norteamericanas expansionistas. Por eso la apropiación es su fundamento».

Tomando en cuenta ambas críticas, cabe preguntarse si es posible sostener que «El experimentalismo se despolitizó». Si así fuera, ¿sería también posible hacer esta crítica de la escritura conceptual por ser «cómplice del capital»? Pero yendo un poco más allá, de hecho, ¿se puede vaciar un texto de todo signo ideológico?

El lenguaje es tal vez el medio idóneo de la ideología, por eso esta «es nuestra relación espontánea con el entorno social, es como percibimos cada significado», como apunta Slavoj Žižek en The Pervert’s Guide to Ideology, precisamente porque habitamos en el lenguaje. De ahí que resulten absurdos los llamados a borrar toda ideología de determinados discursos; a lo sumo, habrá un cambio, un derrocamiento del signo predominante.

La lectura y la crítica que hace Heriberto Yépez son necesarios en la medida que abren el espectro y arriesgan al leer los gestos que enmarcan el texto, por lo que va más allá de las reseñas anecdóticas que solo dan cuenta de determinada característica «experimental».

Sin embargo, esa lectura está igualmente guiada por un determinado sistema de representación, lo cual, por otra parte, su autor no pretende esconder.

En tal sentido, llama la atención que en la reseña de una traducción al español de un libro de Goldsmith, Cristina Rivera-Garza prolonga la lectura hasta otros autores de habla hispana y resalta: «Acaso entonces [con el marco conceptualista definido] se pueda leer de manera más rica a todo una legión de escritores que, como Hugo García Manríquez desde Berkeley, o Sara Uribe, desde el norte de México, copian y pegan pedazos de lenguaje público (el de los grandes tratados de comercio, en el primer caso; y el de las víctimas de la guerra contra el narco, en el segundo) para generar inquietudes estéticas y políticas de absoluta relevancia».

Es decir, Yépez y Rivera-Garza se enfrentan al mismo sistema discursivo, pero leen en direcciones opuestas, hacen elecciones distintas.

Así pues, lo que resaltamos es tal señalamiento de despolitización textual, cosa que parece poco probable. La crítica buscará en todo caso señalar o hacer visible el fundamento ideológico que anima el discurso literario —si tal fuera el caso—, tomando en cuenta que la ideología funciona propiamente cuando no la reconocemos, cuando creemos que es posible vaciar un discurso de los signos que lo marcan. Como dice Žižek en el documental mencionado, la «neutralidad del referente nunca es tan neutral como aparenta».

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* Una versión de este texto fue publicada en el diario La Verdad (12-IV-2014).
IMAGEN: http://www.enter.co/custom/uploads/2011/07/MS-DOS-kleiner_Baum.jpg

sábado, 29 de marzo de 2014

IMPRONUNCIABLE


El pasado viernes 21, en el marco del Día Mundial de la Poesía, la Biblioteca Pública María Calcaño llevó a cabo el conversatorio/recital La poesía como riesgo y hallazgo, actividad en la que participamos junto con Luis Ángel Barreto.

Entre varios temas que se pueden extraer de dicho diálogo, en esta oportunidad resaltamos uno que surgió tras el comentario de uno de los asistentes, que planteaba la posibilidad de la lectura en voz alta como requerimiento o realización del poema; es decir, que el hecho de que pueda recitarse (desarrollarse o actualizarse en voz alta) sería condición para que el texto adquiera cualidad poética.

Por supuesto, no basta con afirmarlo o negarlo. Tal proposición conlleva una forma de entender el poema, en primer lugar; por ejemplo, como un sistema ligado a la oralidad por naturaleza. Asimismo, la escritura funcionaría en principio como partitura, a la espera de un ejecutante. Conlleva igualmente una concepción del cuerpo: cuerpo que lee, que corporiza la palabra, que despliega, prolonga y crea sentidos; es decir, cuerpo que media entre máquinas significantes.

Sin embargo, esta manera de concebirlo podría llevar a deslegitimar poéticas con una larga tradición (poesía visual, concreta, etc.) u otras más recientes que echan mano de diferentes lenguajes para incorporarlos al poema (postpoesía, poesía digital, conceptual, etc.).

No se trata de eliminar la musicalidad o «recitabilidad» como criterio para calificar o descalificar el texto en tanto poema, sino de no interpretarlo como condición sine qua non para valorar el carácter poético del texto. Las matemáticas, la programación informática, las redes sociales, las direcciones y los correos electrónicos y la notación musical son lenguaje, escritura; ¿qué evita entonces que sean incorporados y puestos a funcionar en un poema?

Rosa Navarro Durán, en Cómo leer un poema (1998), anota: «El contexto literario le proporciona [al lector] una clave esencial para la lectura del texto. No puede leer de la misma forma un poema de la Edad de Oro o uno contemporáneo […] El poema amoroso de Lope, de Góngora, de Quevedo está codificado y, si se conoce el código literario, puede aprehenderse con exactitud». Y más adelante, refiriéndose a un soneto de Quevedo, apunta: «En el segundo cuarteto, la mención explícita de Faetón implica el conocimiento del mito».

Obviando por ahora algunas observaciones que se podrían hacer de la cita, lo cierto es que la recurrencia al mito, a la historia o a otras obras literarias crea marcos conceptuales, filiaciones estéticas, delimita —hasta cierto punto— los sentidos. Así, la referencia funciona como un texto plegado o concentrado que es necesario desarrollar para leer.

Visto así, podemos plantear que, en efecto, un enlace, un hipervínculo, puede funcionar de la misma manera. El texto se desarrolla en diferentes espacios simultáneamente, recorrerlos o no depende de las elecciones que se arriesguen en la lectura. Click o no click, he ahí el dilema.

Hemos puesto solo el ejemplo del enlace, pero se podría hablar igualmente de esos otros lenguajes que mencionamos, cuya funcionalidad dependerá en todo caso de la pertinencia que tenga en el poema, más allá de que pueda o no recitarse. Después de todo, en la lectura siempre habrá un cuerpo, una voz, solo hace falta interrogarlo, auscultarlo para intuir los síntomas.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (29-III-2014).
IMAGEN: http://www.bibliotecapublicadelzulia.org.ve/index.php?option=com_content&view=article&id=1550:la-poesia-se-vive-como-riesgo-y-hallazgo&catid=22&Itemid=124 (Foto de Luis Soto).

sábado, 15 de marzo de 2014

PARA LEER ESTA HORA...

Captura de pantalla editada

El pasado 6 de marzo alguien se preguntaba quién escribiría el poema de este momento, «de esta hora oscrura [sic] y aciaga que vive Venezuela». La interrogante parece plausible. Todo momento genera discursos; tal vez los exige, los reclama, y este caso no es la excepción.

En la actualidad hay una constante producción textual, tal vez más que en otras ocasiones. En los medios tradicionales y en las redes sociales se cruzan voces en diferentes direcciones; chocan, se contradicen, argumentan en pro o en contra, etc. Asimismo, quizás con mayor frecuencia que la habitual, la información que circula apenas es verificable; ya no se puede encontrar el origen de lo que leemos. El anonimato parece ganar terreno en pro del texto.

El punto es que ahora mismo, mientras leemos y navegamos en Internet, hay un cuerpo textual in crescendo. Tal vez habría que rehacer el cuestionamiento inicial si pensamos que se trataría más bien de encontrar la clave, el motivo o el gesto que haga que dicho cuerpo devenga objeto poético, lo que, a su vez, conlleva preguntarnos si cualquier discurso es susceptible de ser poema, si replantear el contexto otorga un nuevo carácter al texto y, por ende, a la lectura. Es decir, ¿se trata de escribir, de reescribir o de reubicar un discurso para otorgarle otra función? ¿Es el contexto el nuevo contenido, como ha sido sugerido? Si esto es así (y obviando el énfasis en lo novedoso, sobre lo que tocará volver en otro lugar), entonces el ejercicio de la escritura en esta coyuntura habría de remitirse a ese flujo verbal incontenible de los medios y las redes sociales —poco diferenciados a estas alturas— para (re)leer, elegir, señalar, distribuir… Es decir, lo mismo que ya hacemos diariamente al compartir, retuitear o citar.

Sin embargo, solo especulamos. Escribir, reescribir o crear nuevos entornos propicios para enunciados circulantes son solo diferentes formas de plantear y ejecutar una poética. Luego, podemos reformular la pregunta: ¿Quién escribirá/reescribirá/manipulará el poema de esta hora? ¿Quién? No lo sabemos y no importa. Los discursos están ahí afuera, están sucediendo en este instante; ¿cómo serán materia poética?, ¿cómo será parte de esos discursos un poema, y viceversa? Un cómo que es como preguntar desde dónde; esto es, quién.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (15-III-2014).

sábado, 15 de febrero de 2014

UNA VOZ QUE NOS DIGA


En una actividad en homenaje al poeta Francisco Godoy (1975-2001), uno de los participantes comentó que veía en aquel alguien que apuntaba a interpretar en la escritura su ciudad, su tiempo y sus habitantes; luego se preguntó si en la actualidad habría otro discurso poético que pudiera hacerlo, y finalizó su intervención con un escueto y dubitativo «creo que no».

Para cerrar por los momentos el ciclo de notas sobre la escritura de Blas Perozo Naveda, igualmente nos preguntamos por esas voces que logran reconocer, leer y dar cuerpo a un momento, a un lugar, etc., y que quizás por eso —por paradójico que parezca— se mantienen vigentes.

Partimos del supuesto de que la obra de Naveda (aún en proceso) ha logrado esto, si bien nos hemos concentrado en solo dos de sus poemarios, ambos claves para leer a Maracaibo.

Ahora bien, ¿en qué nos basamos para dar esto por sentado? De alguna manera ya respondimos esta pregunta con los breves artículos que preceden a este. Hemos hablado de las marcas del discurso oral en la escritura, de referentes que trazan el mapa de una ciudad, de nombres que despliegan filiaciones literarias, que crean marcos para hacer funcionar una obra; del gesto doble que dice y desdice a un mismo tiempo; de algo que podríamos llamar un dibujo del panorama literario, etc. Pero además entendemos que esta «puesta en escena» planteó (y sigue planteando) revisiones de la tradición literaria y, en consecuencia, hace frente a la academia, a ciertos movimientos contemporáneos, a la crítica, al canon… Es decir, pregunta por el ejercicio mismo de la escritura, su alcance, su naturaleza.

Insistimos: Partimos de la suposición de que en la poesía de Blas confluyen múltiples voces que la convierten en vehículo de su momento. Sin embargo, no podemos evitar preguntarnos, como la persona mencionada arriba, si habrá en la actualidad una voz que nos diga, que nos lea y donde podamos decir también; esto es, una escritura con la que podamos dialogar. ¿La hay?

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* Texto publicado en la web del diario La Verdad (15-II-2014).
IMAGEN: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiDseAkF32yv9q79uoF1Jq9azaY14QXF1h6uo4Pae1_JWJc63WumnuRvF8x4RBcBbBhI3SayS7pg89FaIDWeNdVShMLxMGMTd608S_MniCy7Mli97qh2jVg-VxMa7xUEIc8fO5IyeWK46M3/s400/caleidoscopio.jpg

sábado, 1 de febrero de 2014

SOCAVAR COMO ESTRATEGIA

Christo y Jeanne-Claude

Para continuar la relectura que hacemos de algunos aspectos de la poética de Blas Perozo Naveda, quisiéramos hacer hincapié en otro elemento que resalta y que ya mencionamos en la nota anterior: las marcas del habla incorporadas a la escritura, que resaltan sobre todo en los poemarios Date por muerto que sois un pobre perdido y El orden constitucional y otros boleros de amor, hasta el punto de que es una de las características más señaladas, si no la más; igualmente, hasta el punto de encandilar la lectura, por lo que, ya cegados, a ratos olvidamos que se trata de la palabra que sucede en el poema; la misma, la de siempre, pero ejecutada en un espacio que tiende a lo múltiple. Entre otras cosas, por esto uno de los poemas inicia «Lenguaje poético es este…», como reubicándonos en el texto.

Pero vayamos a la pregunta clave: ¿Qué función cumple en el desarrollo de esta poética la estrategia de acercar habla y escritura? ¿Qué la motiva?

Como dijimos en el artículo precedente, en esta obra hay un gesto doble que niega y replantea el ejercicio del poema. En ese movimiento, cuando leemos «teseguiréhastaelfindestemundo», a la par vemos cómo va estableciendo diálogos con la tradición literaria, crea un marco para la escritura y se inserta en él. Por ejemplo, acude a «Tiisieliot» (T.S. Eliot), Ernesto Cardenal, Walt Whitman, César Dávila Andrade o Allen Ginsberg, por solo anotar cinco nombres que ofrecen claves para la lectura. De igual forma, los registros del habla proponen un contrapeso o camino alterno frente al concepto de poema vigente en un momento y espacio determinado; es decir, frente a un sistema constituido cuyas condiciones es necesario aceptar a fin de que el texto circule como objeto poético. En esta negociación, al leer «un día destos vengo y me arrecho / y entonces me voy por el páramo» nos preguntamos por la validez de determinados registros o palabras en el poema, momento en que reconocemos que este se ofrece como zona de escape, como un sistema alterno dispuesto a funcionar como aquel, más aún cuando vemos que más adelante se relaciona con «Fáñez» (Alberto Áñez Medina) y Ramón Palomares, por lo que ese páramo adquiere nuevos matices. De esta manera, la estrategia funciona socavando las bases que sostienen el poema para ocupar ese espacio con otras voces (cotidianas, cercanas, familiares…) que de pronto se nos presentan renovadas y nos hacen volver la mirada al texto.

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* Texto publicado originalmente en la web del diario La Verdad (1-II-2014).
IMAGEN: http://www.caribbeanmedstudent.com/wp-content/uploads/2012/10/07/the-pink-carpet/Christo-and-Jeanne-Claude-Surrounded-Islands-Biscayne-Bay-Greater-Miami-Florida-1980-83-.jpg

sábado, 18 de enero de 2014

EL GESTO DOBLE


Al volver a la lectura de la poesía de Blas Perozo Naveda notamos que, si bien en el primer acercamiento, hace varios años, lo que más nos llamó la atención fue la incorporación a la escritura de los registros del habla de Maracaibo, en esta oportunidad uno de los recorridos tiene que ver con leer un gesto que tiende a negar el ejercicio formal del poema, al tiempo que lo reformula para proponer otra práctica. Aunque aparezcan como lecturas disímiles, los rasgos del habla en el texto colaboran con esa reformulación del poema, de cómo lo entendemos, de cómo leemos la tradición literaria, etc.


En «Eso que llaman teoría poética es mentira», uno de sus poemas más conocidos, leemos: «yo los acuso / a ellos más que a nadie / a los más jóvenes poetas de mi ciudad / porque siguen teniendo miedo / de la palabra que han dicho a diario». El gesto funciona en un poema cuyo título desmiente el concepto de teoría poética; es decir, un sistema —según lo presenta— preceptivo, institucional, lo que conlleva hacer frente a la tradición literaria, a dicho sistema institucional; sin embargo, este mismo texto constituye una poética, propone un modo de entender la escritura.

Ahora bien, ¿se trata de un movimiento involuntario, un efecto secundario? Está claro que no. La negación del poema con un poema apunta a la ironía como estrategia discursiva. El texto no puede ser plenamente efectivo (no puede negar la teoría poética), se sabe inútil en este sentido, por lo que apuesta por una táctica más sutil: burlar el sistema que lo produjo. Entonces crea a su vez un sistema gemelo, un cuerpo que simula, con funciones similares, pero cuya finalidad es enfrentar a aquel, crear tensión en su territorio, apedrearlo, rodearlo con un constante zumbido de zancudo. Así, finalmente, es este gesto doble el que hace operativa la contradicción interna del texto.

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* Texto publicado originalmente en el diario La Verdad (18-I-2014, p. 4).

sábado, 4 de enero de 2014

EL CUERPO Y EL MANIQUÍ

Obra de Mark Jenkins

En una entrevista, Jorge Luis Borges, refiriéndose a una tendencia generalizada en su país, afirmaba: «[Los escritores] han aprendido a escribir como cualquier persona puede aprender a jugar ajedrez o bridge. Realmente no eran poetas o escritores. Fue un truco que aprendieron profundamente. Tenían todo en la punta de los dedos [...] Ellos saben que cuando van a escribir de pronto tienen que ponerse tristes o ser irónicos». Esta afirmación nos llevó a recordar una conversación en la que nos planteaban la diferencia entre una escritura/cuerpo y una escritura/maniquí. Si bien ambas pueden ofrecer buenos resultados, la segunda probablemente no resista una lectura arriesgada.

Ahora bien, ¿qué pasa si de todas formas apostáramos por una poética/maniquí? Si este fuera el caso y hubiese un trabajo para lograrla, entonces la obra/maniquí devendría tarde o temprano una obra con cuerpo; es decir, una obra con peso, más espesa, con mayor densidad. Insistimos, siempre que haya un trabajo de ahondar en la propuesta, puesto que es este el que le hará ganar consistencia.

Sin embargo, si —como dice Jean Baudrillard— «no se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito, todas sus peripecias», entonces podemos arriesgarnos a decir que la obra/maniquí ofrece todos los signos de la obra/cuerpo, es efectiva, funciona en la institución literaria, de manera que quizá nuestra tarea como lectores sea aprender a tomarle el peso al discurso poético. Ahora bien, ¿cómo?

Hemos comentado en otras oportunidades que el lector es un agente en la dinámica textual, coproductor del discurso literario, de modo que la frontera que separa cuerpo y maniquí también se relaciona con la forma en que actualizamos la lectura, con cuánto se arriesga en ella. Quizá de esta forma podamos pesar un sistema que por naturaleza tiende al escape.

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* Una versión de este texto fue publicado originalmente en el diario La Verdad (4-I-2014, p. 4).
IMAGEN: http://rider.com.br/blog2011/wp-content/uploads/2012/04/mark-jenkins-street-installations-717689.jpg

miércoles, 1 de enero de 2014

«DITTOHEAD»*


A Fran, Ángel,
Leandro y Manuel

Tenemos quince. Yo soy el de las baquetas. Queremos tocar y que se inunde el lago, se quiebren las calles y los edificios, haya un eclipse (en do) sostenido, haya frío, tengamos mujeres, bebamos cinco cajas de cerveza, nos insulten, nos tengan miedo… Tenemos quince. La velocidad es lo que nos dice qué hacer: habla que tu siervo escucha.

Dejamos las metralletas en la casa y nos fuimos a buscar una casa por un rumor: habrá una fiesta y va a tocar un grupo. El taxi lo pagamos entre todos.

Llegamos. Caminamos, caminamos y caminamos y nada. Algo «en vivo» se oye en una esquina. Nos dicen que no, que ahí no hay nada. Seguimos recorriendo las mismas calles, dando vueltas, locos de noche. Yo quise ser gracioso, pero me resbalé y caí sobre agua sucia de la calle; es decir, fui gracioso. 

Volvemos a pasar por la casa de la esquina. Es aquí —pensamos, nos decimos—, pero nos lo negaron. 

Ahora corramos, nos pueden perseguir con perros, con armas, sin almas, etc. Pueblo Nuevo está a nuestros pies. Corramos y bebamos que mañana moriremos. Corramos y bebamos como si brincáramos epilépticos, traumáticos, eutanásicos, con sobredosis de Kool-Aid, con putas eléctricas, llenos de metal tóxico en la sangre, creyéndonos —sabiéndonos— los dueños del mundo, rápidos, imberbes, sin lenguaje, dispuestos.

No importa. Aún tenemos nuestras casas. En cualquier cuarto nos reunimos, unos cuantos casetes y poco más; rompemos el cuarto, rompemos la cama, rompemos nuestras gargantas, rompemos nuestros hígados, rompemos nuestra educación, nos rompemos nosotros mismos. Brincamos, nos agitamos y nos despeinamos como nos enseña MTV a las 3.00 de la madrugada, no importa que mañana haya que ir temprano a clases. Sí, ya teníamos lenguaje, dioses mínimos; ¿a quién le importaba? No a nosotros, que esperábamos resquebrajar la Tierra y a nosotros, que no entendíamos nada, que no entendemos nada aún y que nos dispersamos en galaxias e intentamos amarrarnos al suelo antes de volar por falta de gravedad.

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* Este texto forma parte de un nuevo proyecto de escritura.